San Martín y Belgrano. Su amistad y admiración. 15 - 02 -2025.

La entrañable amistad entre San Martín y Belgrano: elogios y temores de dos hombres que se admiraban Hace 211 años que San Martín reemplazaba a Belgrano en la jefatura del Ejército del Norte. Ambos habían aprendido a respetarse y a valorarse sin verse personalmente. Se conocieron en el norte y a pesar que sostenían el mismo deseo independentista, sus vidas no volverían a cruzarse. Publicado por Adrián Pignatelli. 29 Ene, 2O25-INFOBAE. Manuel Belgrano. Manuel Belgrano era el jefe del Ejército del Norte. Luego de lograr dos importantes victorias en Tucumán y Salta, las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma determinaron su separación de la jefatura Acompañado de unos quinientos hombres que le cuidaban la espalda, Manuel Belgrano, derrotado en Ayohuma el 14 de noviembre de 1813, había llegado a Potosí y luego siguió hacia el sur, alejándose de la persecución enemiga. En esa planicie donde se había batido con los españoles y en la que descontaba una victoria, el mundo se le había venido abajo: 300 muertos, 200 heridos, los realistas habían tomado 600 prisioneros y en el campo quedó la artillería y el parque. Todo parecía perdido de lo que quedaba del Ejército del Norte que comandaba. Sarmiento: el autodidacta, maestro a los 15 años, apasionado periodista y adversario de carácter arrollador que llegó a presidente Te puede interesar: Sarmiento: el autodidacta, maestro a los 15 años, apasionado periodista y adversario de carácter arrollador que llegó a presidente Sería relevado por alguien a quien admiraba, respetaba y a quien aún no conocía personalmente pero que le pedía consejos sobre cómo hacer la guerra. Era ocho años menor pero venía con el prestigio cosechado en los campos de batalla peleando contra el ejército napoleónico y hacía meses que en San Lorenzo había dado una muestra exprés de lo que él pretendía para un ejército profesional. José de San Martín, 34 años, cuando pisó el muelle de Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 era un perfecto desconocido para la elite local, a quien le llamaba la atención su fuerte acento español y hasta su sable corvo, comprado de segunda mano en Londres, que colgaba de su cintura. El prestigio de José de El prestigio de José de San Martín venía en alza: había organizado un cuerpo de caballería y había cosechado un triunfo en su bautismo de fuego Organizó el Regimiento de Granaderos a Caballo, y respetando los planes acordados en el seno de la Logia Lautaro, el 8 de octubre de 1812 participó del movimiento que determinó el fin del Primer Triunvirato y su reemplazo por el Segundo, afín a las ideas de la independencia, y luego vendría el bautismo de fuego. En el interín, Belgrano había tenido resonantes triunfos en Tucumán el 24 de septiembre de ese año y en Salta el 20 de febrero de 1813. Sin embargo, las derrotas que sufrió en Vilcapugio y Ayohuma decidieron al gobierno y a la Logia Lautaro que el Ejército del Norte debía cambiar de timón. Hombre falleció tratando de instalar una bandera del ELN en Cauca: le detonó el artefacto explosivo que llevaba Te puede interesar: Hombre falleció tratando de instalar una bandera del ELN en Cauca: le detonó el artefacto explosivo que llevaba Belgrano comenzó a escribirle a San Martín el 27 de septiembre de 1813 y seguiría haciéndolo hasta el mismo mes pero de 1817. A través del papel aprendieron a conocerse y a respetarse mutuamente. El 25 de septiembre de 1813, desde Lagunillas, Alto Perú, Belgrano se sinceró: “¡Ay! Amigo mío. ¿Y qué concepto se ha formado usted de mí? Por casualidad, o mejor diré porque Dios ha querido, me hallo de general sin saber en qué esfera estoy. No ha sido ésta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta terrible obligación”. Mas adelante agregaba: “crea que jamás me quitará el tiempo y que me complaceré con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos de sus conocimientos para que pueda ser útil a la patria”. Si bien Belgrano estaba confiado en la victoria, fue derrotado en la pampa de Ayohuma luego de un combate de siete horas El 8 de diciembre le escribió a San Martín que “he sido completamente batido en las pampas de Ayohuma cuando más creía conseguir la victoria. Pero tengo constancia y fortaleza para sobrellevar los contratiempos y nada me intimidará para seguir sirviendo, aunque sea como soldado raso, por la libertad e independencia de la patria”. Remarcó que, “si fuéramos razonables, usted debió haber estado conmigo antes de la batalla de Salta (…) Yo pedí que usted viniera desde Tucumán pero no quisieron enviármelo. Algún día lamentarán esa negativa. En ciertas situaciones el miedo solo sirve para perderlo todo”. Cuando el gobierno le insistió en que se hiciese cargo del Ejército del Norte, San Martín expuso sus reparos. Belgrano era una figura de prestigio, a quien tenía en alta consideración. Pero las presiones, especialmente desde la Logia Lautaro, pudieron más. Le adelantaron que le serían reconocidos al creador de la bandera sus servicios pero que ahora era su turno de asumir la jefatura de un ejército golpeado y desmoralizado. “Yo me hallo con una porción de gente nueva a quien se está instruyendo lo mejor posible; pero todos cual Adán. Deseo mucho hablar con usted de silla a silla para que tomemos las medidas más acertadas y formando nuestros planes los sigamos, sean cuales fueren los obstáculos que se nos presenten, pues sin tratar con usted a nada me decido”, le confesó Belgrano desde Jujuy el 2 de enero de 1814. El encuentro El 12 de enero San Martín estaba en Tucumán y, a pesar de sus problemas de salud que sufrió durante la travesía, no se quedó a descansar y, como le había indicado Belgrano, continuó hacia Cobo junto a sus granaderos a fin de proteger su retirada, ya que el enemigo le pisaba los talones desde comienzos de enero. Por años se tuvo como seguro que el encuentro entre los dos militares fue en la Posta de Yatasto, aunque investigaciones posteriores aseguran San Martín y Belgrano se vieron en la Posta de Algarrobos “Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca, porque estoy firmemente persuadido de que con usted se salvará la patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto. Soy solo, esto es hablar con claridad y confianza. No tengo, ni he tenido, quien me ayude, y he andado los países en que he hecho la guerra como un descubridor, pero no con hombre que tengan iguales sentimiento a los míos, de sacrificarse antes que sucumbir a la tiranía”. En esa carta que le escribió Belgrano desde Jujuy el 25 de diciembre de 1813, le confesó que “entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda. En fin, mi amigo, espero de usted un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones, que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la patria y a sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían”. Belgrano tampoco estaba bien. Sufría de paludismo que lo tenía a maltraer desde hacía tiempo, pero la fiebre y los dolores no lo retrasaron. El 17 cruzó el río Juramento, ayudado por Manuel Dorrego quien organizó una maniobra de distracción del enemigo, y ese mismo día, en la Posta de Algarrobos se abrazó por primera vez a San Martín. Por años se sostuvo que el famoso encuentro había sido en la Posta de Yatasto, aunque investigaciones de historiadores lo han puesto en duda. La Posta de Algarrobos estaba ubicada a unos setenta kilómetros al norte de Yatasto. Carta de San Martín al Carta de San Martín al gobierno pidiendo que Belgrano permaneciese en el Ejército (Archivo General de la Nación) Ambos se alojaron en la Estancia de las Juntas, de Manuel José Torrens, un catalán que había adherido a la Revolución de Mayo. Casado con Isabel Gorriti, entre 1812 y 1814 se había dedicado a pasarle información a Belgrano y a asistirlo en cuestión de caballadas y provisiones. El casco se levantaba cerca de la unión de los ríos Metán y Yatasto. Belgrano desconocía la orden del Segundo Triunvirato que designaba a San Martín como jefe del Ejército Auxiliar del Perú. Por eso, el 21 lo designó su segundo jefe y le encomendó que fuera a Tucumán -ya que Salta y Jujuy ofrecían garantías de seguridad por la proximidad de los españoles- a hacerse cargo de la instrucción de la tropa. El 29 de enero San Martín asumió la jefatura del ejército y en San Miguel de Tucumán, en lo que entonces eran los arrabales, armó La Ciudadela, donde estableció el cuartel. Era una fortaleza con forma de estrella de cinco puntas que ocupaba cuatro manzanas y que estaba rodeada de un foso de dos metros de profundidad. Más adelante Belgrano le pediría quedarse con él, “aunque sea de soldado, me alegraría, pues deseo batirme con esa indecente canalla que sólo por castigo del cielo pudo arrollarnos”. Polémicas aparte, en la posta Polémicas aparte, en la posta histórica de Yatasto, donde se alojaron varias personalidades de nuestra historia, está recreado el encuentro entre San Martín y Belgrano San Martín no podía creer con lo que se había encontrado. Describió a las fuerzas que debía mandar como “tristes fragmentos de un ejército derrotado”. Soldados harapientos que, al decir del flamante jefe, no podían salir del cuartel porque no contaban con ropa que los cubriese. Por eso pidió uniformes y, desobedeciendo una disposición del gobierno, con los caudales apropiados en Potosí le pagó a la tropa sueldos adeudados. Mal armados, pertenecían a regimientos de los que solo habían quedado fragmentos. San Martín disolvió el Regimiento 6, con muchas bajas y con casi ningún oficial e integró a esos hombres al Regimiento 1 y puso al mando a Belgrano; también hizo lo propio con el Regimiento 8, el Batallón de Cazadores, y el 2 también fue reemplazado. Sobrevivió como caballería los Dragones del Perú. Nombró al tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid como su ayudante de campo. Según San Martín, la oficialidad con la que se encontró, “además de ignorante y presuntuosa, se niega a todo lo que es aprender, y es necesario estar constantemente sobre ellos para que se instruyan, al menos de algo que es absolutamente indispensable que sepan”. San Martín debió desplazar al valiente Manuel Dorrego cuando, en la tarea de uniformar las voces de mando, el coronel se rió abiertamente de la voz aflautada de Belgrano. Al día siguiente, Dorrego era informado que debía dejar el ejército y dirigirse a Santiago del Estero a esperar órdenes. Contó con la ayuda de Belgrano, quien lo ilustró acerca de la forma de ser y de pensar de los soldados y del comportamiento de los oficiales; además le describió la particular geografía en la que se encontraban y la idiosincrasia del norteño. Asistía a las clases de San Martín que daba a los oficiales sobre el arte de la guerra. Adiós a Belgrano El 12 de febrero por la noche, San Martín recibió la orden del gobierno de que Belgrano dejase el ejército y se pusiese en camino a Córdoba. Como planeaba mantenerlo cerca suyo, esgrimió excusas, como la enfermedad que padecía, que era inadecuado que emprendiese el viaje en época de lluvias y de intenso calor y que aún no se había hecho la entrega formal del archivo de la secretaría. Es que San Martín no quería desprenderse de Belgrano: éste era querido por los lugareños, conocía las costumbres y lo consideraba de utilidad en la instrucción de los oficiales. Pero no hubo caso: el director supremo Gervasio Posadas, quien había asumido el 22, le insistió en que la orden fuera cumplida. El 18 de marzo Belgrano partió hacia Santiago del Estero y allí estuvo hasta fines de mayo, cuando recibió la orden de ir a Buenos Aires. Sería sometido a un consejo de guerra por sus derrotas en Vilcapugio y Ayohuma. Cuando llegó a Luján fue arrestado y por su delicado estado de salud, le permitieron permanecer en San Isidro, donde escribió su autobiografía. Sin embargo, el gobierno evaluó que tendría un impacto negativo juzgar a un oficial, terminó sobreseído y en septiembre recibió un encargo de una misión diplomática junto a su amigo de la infancia, Bernardino Rivadavia, a quien había desobedecido de bajar a Córdoba y quedarse a dar batalla en Tucumán. Tiempo después, el jefe de Granaderos diría sobre Belgrano que “es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en cuanto a milicia, pero créame usted que es lo mejor que tenemos en América”. San Martín permaneció cuatro meses al frente del Ejército del Norte. La geografía le hizo tomar conciencia que sería imposible liberar América a través del Altiplano y planeó una alternativa superadora. Renunció a la jefatura y se dirigió a Córdoba, soportando los dolores de su úlcera estomacal. Se haría nombrar gobernador de Cuyo. Lo que sigue es historia conocida, aunque siempre resulta fascinante contarla. ............................

San Martín y Belgrano un himno a la amistad.-15 -02 -2025.

San Martín y Belgrano: un "Himno a la Amistad" 20 de Junio de 2020 En conmemoración del fallecimiento de su creador, hoy celebramos el Día de la Bandera. En el bicentenario de su paso a la Inmortalidad, nuestro Instituto rinde homenaje al Padre de la Patria General Manuel Belgrano, quien compartía con San Martín el mismo sueño: construir una nación libre e independiente. Por Eduardo García Caffi (*) Estas palabras no pretenden ser una presentación académica prolífica de citas rigurosas, imprescindibles para textos históricos de carácter académico, sino una reflexión sobre la amistad de dos grandes hombres que tenían un mismo sueño: construir una Patria libre e independiente. Uno había nacido el 3 de junio de 1770. El otro, el 25 de febrero de 1778. Ocho años separaban sus respectivos natalicios. Uno falleció a los diecisiete días de haber cumplido 50 años, el 20 de junio de 1820. El otro sintió que llegaba la “fatiga de la muerte” e inició su tránsito a la gloria a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850. Tenía 72 años. Murieron con treinta años de diferencia. Manuel BelgranoGeneral Manuel Belgrano El primero de ellos era Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. El Creador de la Bandera. El segundo, José Francisco de San Martín y Matorras. Un fiel servidor de esa Bandera. Si tuviera que apelar a fórmulas discursivas añejas, podría decir que “quiso el destino que ambos se unieran en amistad”. Pero prefiero una más cercana para compartirla con ustedes: ellos quisieron ser amigos. Tenían muchos motivos para serlo. El primero, un objetivo común: luchar contra el absolutismo de Fernando VII, el monarca español que no toleraba que “sus dominios de ultramar” fueran naciones soberanas. Un rey que pretendía súbditos obedientes y no ciudadanos libres. Un rey cuyo lema era “vivan las cadenas”; frente a dos hombres que querían oír roto el ruido de las mismas. Ese objetivo común de lucha contra el absolutismo tenía dos fases visibles e indisolubles: la Independencia Argentina y la Emancipación Sudamericana. Belgrano comenzó luchando desde los inicios de esa primera fase. Era abogado, economista, escritor y debió convertirse en militar porque la Revolución así se lo exigía. San Martín, en cambio, era militar profesional. Veterano de guerra de dos continentes, pronto lo sería de un tercero: el propio. Y retornó a su Patria porque la Revolución lo necesitaba para no sucumbir. A ambos los unía la pasión por la lectura. Belgrano tenía formación académica formal. Había estudiado en la varias veces centenaria Universidad de Salamanca. José de San MartínLibertador General José Francisco de San Martín San Martín estuvo, desde los 13 a los 33 años, en diecisiete teatros de operaciones tanto terrestres como navales. Con el dinero que pudo reunir no sólo adquirió el sable corvo con el que luchó por nuestra libertad y que no desenvainó jamás en guerras civiles; sino que, además, fue formando una biblioteca de casi ochocientos volúmenes con la que se fue formando por su cuenta. Su sable era para luchar por las ideas con las que se había formado a través de la lectura. El sable y los libros de ese soldado que leía con pasión deben pensarse como una unidad indisoluble. La importancia que le daban a los libros, la educación, la cultura, las artes y las ciencias tanto Belgrano como San Martín llevó a que ambos renunciaran a premios dinerarios: construir escuelas y bibliotecas era, para ellos un destino mejor para esos recursos. Las nuevas generaciones necesitaban que fuera desterrada la ignorancia, que era la columna principal sobre la que se sostenía el despotismo. Belgrano escribió una autobiografía. San Martín no lo hizo. Su preferencia era que otros escribieran sobre la Campaña Libertadora. Sin embargo, ambos escribieron mucho. Cartas personales, partes de batalla, pedidos de provisión a los ejércitos que tuvieron a su mando. Y se escribieron entre ellos. Su primer contacto fue epistolar. No se conocían personalmente, pero merecían conocerse. Querían hacerlo y ansiaban que ese momento llegase. El medio que lo facilitó fue un contexto difícil: la guerra. Una guerra distinta. Era para liberar, no para conquistar. No era contra otro país, sino para formar uno propio y que no dependiera de ninguno. San Martín y Belgrano se encontraron en 1814, uno de los años más difíciles para la Revolución. Fue cuando el primero fue a relevar al segundo como comandante del Ejército del Norte, por decisión de unas autoridades centrales con las que ambos tuvieron no pocas disidencias. Hoy sabemos que se encontraron en la posta de Algarrobos, no en la de Yatasto, como se supuso hasta principios de la década de 1970. ¿Importa saber el lugar exacto? ¡Por supuesto que sí, el rigor histórico así lo requiere! Pero hay una instancia que trasciende a la mera cuestión fáctica y es otra que, además de serlo, engloba valores aún más trascendentes: ambos amigos, por fin, pudieron conocerse. Y unir, de este modo, la alegría por el encuentro personal con el compromiso por salvaguardar a las Provincias Unidas del Río de la Plata como antorcha de la libertad en resistencia cuando todos los otros focos revolucionarios de Sudamérica habían sucumbido o estaban por hacerlo. Encuentro de San Martín y Belgrano Ver recreada a través de la pintura, del cine o de la televisión el abrazo de San Martín con Belgrano, emociona. Y permite inferir muchas cosas: Que ambos se admiraban mutuamente. Que ambos tenían intereses comunes. Que ambos tenían preocupaciones compartidas. Que ambos sabían que vivían momentos difíciles y trascendentes que los necesitaba unidos. Y que solo de esa forma podrían superarlos y construir algo nuevo. Esa unión hermanaba a los hijos de la Patria. Algunos morirían con gloria. Y los sobrevivientes tendrían mucho trabajo por delante, porque la guerra es difícil, pero administrar la paz, para vivir coronados de gloria, es un desafío aún superior. Por esa razón es que la relación de Belgrano con San Martín bien merecería, algún día, la composición de un “Himno a la Amistad” que aluda al momento culminante de la misma, que se materializó en 1814. Belgrano murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, con su salud deteriorada. San Martín murió en Boulogne-sur-Mer el 17 de agosto de 1850, también con varias dolencias que él mismo sobrellevaba hasta con cierto humor, sosteniendo que “en una casa vieja siempre entran goteras”. Ambos sobrellevaron dolencias corporales y personales para que pudiéramos decir, por siempre “¡Al gran pueblo argentino, salud!”. No es posible pensar a estos dos amigos por separado. Hay que pensarlos juntos. Porque existe una simbiosis entre sus ideas y sus acciones. Belgrano murió hace ya doscientos años. Y San Martín, hace ciento setenta. Nuestro desafío es que la Nación Argentina libre e independiente que soñaron estos dos grandes amigos viva para siempre. Por Eduardo García Caffi (*) (*) El autor es Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano

Rosas y Urquiza el drama de caseros. -10 - 01 -2025.-

Rosas, Urquiza y el drama de Caseros Por Arturo Jauretche El revisionismo histórico se ha particularizado en un momento de la historia argentina: el que va del año veinte a Caseros, aunque cada vez se extienda más, hacia atrás y hacia adelante. Su pivote ha sido la discusión de la figura de don Juan Manuel de Rosas y su momento. Explicaremos que no podía ser de otra manera porque es figura clave; tan clave, que la falsificación de la historia hubo de hacerse tomándolo como pivote a la inversa. Nada se puede entender sobre esa época ni lo que ocurrió más adelante, sino se trata de entender lo que significó Rosas. La Patria Grande resurge por la aparición, en Buenos Aires, de una tendencia opuesta a los directoriales y unitarios, cuya expresión política es Rosas. Esta tendencia, que no se divorcia del pasado hispanoamericano, tiene la concepción política de la Patria Grande, es celosa del mantenimiento de la extensión, y si bien representa las tendencias predominantes del puerto, comprende la necesidad de una conciliación con los intereses del interior y representa los primeros pasos industrializados del país, en la economía precapitalista del saladero, que es propia. La necesidad de mantener la aduana para conservar el poder unificador que exigía la permanente guerra internacional, como garantía del orden en peligro, es cosa que se olvida. Se le impuso cualquiera fueran sus puntos de vista teóricos. Anótese en cambio la ley de aduanas que significó la defensa de la industria del interior, que reverdeció bajo su influencia, restableciendo el trabajo estable y organizado en las provincias. Se pretende reeditar un viejo argumento falsificador, presentando a Rosas como a un unitario vestido de colorado, para lo que es necesario aceptar que los cándidos federales se engañaban. Por el contrario éstos eran políticos realistas; tal vez para ellos Rosas no fuera lo más federal pero era lo más aproximado a un federal que podía dar Buenos Aires, pues la opción eran los rivadavianos y sus continuadores. Es cierto que un antirrosista, Don Pedro Ferré, intelectualmente era el federal más profundo, pero éste, en los hechos, actuó siempre a favor de los unitarios, y en política son los hechos y no las ideas abstractas, los que valen. En 1838, el primer ministro británico, Lord Palmerston, al constatar la insistencia de Rosas en el proteccionismo, “comunicó al ministro británico que no hiciera uso del derecho de protesta formalmente, pero que deseaba que el ministro aleccionara al Gobierno de Buenos Aires sobre las virtudes del libre comercio y la locura de los altos impuestos aduaneros, y que le señalara los perniciosos efectos sobre el comercio del país que con tanta seguridad se seguirían de aquellos”. “No hay duda –sostiene Vivian Trías– de que la virazón en la política aduanera de Rosas influyó en el cambio operado en las relaciones con Gran Bretaña”. En noviembre de 1845 una flota anglo francesa compuesta por 22 barcos de guerra, equipados con la tecnología militar más avanzada de la época, penetró en el Río de la Plata. El objetivo anglo francés era claro: imponer el libre comercio. Los objetivos de la política exterior inglesa consistían en: a) asegurar en la Cuenca del Plata un mercado para sus exportaciones y para sus créditos e inversiones; b) abrir la navegación de los ríos interiores; y c) crear un nuevo estado tapón conformado por las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones. La guerra que se desató entonces, de la cual la Confederación Argentina resultó victoriosa, fue calificada por el general José de San Martín la “Segunda Guerra de Independencia”. El gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que había logrado resistir con éxito la invasión anglo francesa, cayó el 3 febrero de 1852 en la batalla de Caseros. El gobernador de Entre Ríos, jefe del ejército de vanguardia que la Confederación Argentina había preparado para la Guerra contra el Brasil, luego de entrar en tratos con la diplomacia brasileña, decidió marchar sobre Buenos Aires y no contra Río de Janeiro. En 1851 Urquiza llega a la conclusión que, con el apoyo en tropas, armas, dinero y logística del imperio del Brasil, estaría en condiciones de eliminar el principal obstáculo para la “alianza” (léase subordinación) con Inglaterra. Ese obstáculo era Rosas. Caseros es la victoria de la patria chica, con todo lo que representa desde la desmembración geográfica al sometimiento económico y cultural: la historia oficial ha disminuido su carácter de victoria de un ejército y una política extranjera, la de Brasil. Si para los liberales y unitarios la caída de Rosas y la confederación significaba un cambio institucional y la posibilidad de un nuevo ordenamiento jurídico, para los intereses económicos de Gran Bretaña significó la destrucción de todo freno a su política de libertad de comercio y la creación de las condiciones de producción a que aspiraba. Para Brasil fue cosa fundamental. Derrotado siempre en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política nacional de la Patria Grande subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario voltear a Rosas, que la representaba, y sustituirlo en el poder por los ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la política brasileña, destruyendo al mismo tiempo toda perspectiva futura de reintegración al seno común de los países del antiguo virreinato. Caseros significa así, en el orden político internacional, la consolidación de la disgregación oriental, altoperuana y paraguaya y las manos libres para su expansión para el Brasil, para su expansión definitiva sobre los países hispanoamericanos limítrofes, de los que la Confederación constituía el antemural. Lo que importa es dejar establecido que en Caseros triunfó la Política Nacional del Brasil por sobre la Política Nacional de los argentinos y que su resultado en la política de la guerra significa el abandono de la línea nacional. Pero lo más grave no consiste en que Caseros sea una victoria brasileña, sino que se la presente como una victoria argentina, porque ese punto de partida falso imposibilita la construcción de un esquema racional de nuestra política exterior y de defensa. Así, la revisión histórica se impone como una exigencia lógica para establecer las bases del razonamiento y del punto de apoyo de nuestras acciones. Sabiendo que Caseros es una victoria brasileña y una derrota argentina, la Política Nacional es una, e inversa, ignorándolo. El debate en torno a la figura del Restaurador debe ser fecundo ,y no producto de la vanidad personal de Historiadores que se apoyan en los caudillos, simplemente por no dar su brazo a torcer respecto de Rosas