"DIA DEL PROFESOR" 17 de setiembre

Acto Público Organizado por el Instituto José Manuel Estrada
Plaza del Foro, frente al busto de J.M. Estrada
(Av. Pellegrini y Bv. Oroño)
                      Rosario, 17 de septiembre de 2010. Santa Fe
Palabras Alusivas
Prof. Fabián Ledesma

Sres. Funcionarios Públicos
Sr. Presidente del Instituto J. M. Estrada: Lic. Carlos Robledo
Autoridades y alumnos de Establecimientos Educativos
Público Presente
Y de modo especialísimo, en vuestro día, a vosotros: Estimados Profesores

Con regocijo y honor plenos, de mi mayor consideración:

“¡Cerca de veinte años de mi vida pasados en la Cátedra, me han enseñado a amar a la juventud! Al despedirme de ella, he querido recibiros – queridos alumnos – rodeado de mis hijos, a quienes seguís en mis predilecciones; y en esta casa, cuya modestia os prueba, que en esos veinte años he pensado mucho en vosotros, y muy poco en mí mismo. (...) Ha sido para mí la enseñanza un altísimo ministerio social, a cuyo desempeño he sacrificado el brillo de la vida y las solicitudes de la fortuna: el tiempo, el reposo, la salud, y en momentos amargos, mi paz y la alegría de mi familia”
                                                                                               J.M.E. 21/06/1884

Palabras sencillas, palabras profundas, diáfanos versos que, al ser contextualizados y escudriñados a la luz de la historia, aguijonean el pecho y estremecen el espíritu. Entre la letra y la sangre, la erudición y la vida; entre la cátedra, el aula, la Patria, el hogar; vertidas y manadas del corazón magnánimo y doliente de un varón ejemplar, dichas líneas constituyen apenas un breve fragmento de las entrañables palabras de despedida que el veintiuno de junio de 1884, pronunciara por última vez don José Manuel Estrada.

El eximio profesor acababa de ser exonerado y despojado vil e ignominiosamente de sus cargos docentes profesionales, y sus alumnos - en este caso de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales - a quienes él gustaba llamar “mis jóvenes amigos”, se solidarizaban con su maestro visitándolo en el domicilio.

Icono y testigo viviente de un acontecer histórico crucial para la República Argentina; hombre profundamente bueno de una notable e irrevocable coherencia y unidad de vida; fiel heraldo de los asuntos de la Patria. Pero sobre todo, ante todo y fundamentalmente, EDUCADOR: ¡ése fue don José Manuel Estrada! Asumiendo todo el genuino pasado que ha de configurar nuestra imponderable tradición histórica, tradición que en sus raíces es al mismo tiempo, greco-romana, hispano-católica e indo-americana, Estrada se convirtió, por este motivo y como todo buen maestro, en continuador de la savia vital de la Argentina. Dueño de una palabra enérgica, esplendorosa y punzante, como así también de una inteligencia excepcional, nuestro prócer hizo de su magisterio un verdadero arte al servicio del bien, de la verdad y del saber.

En este sentido, y además de constituirse en modelo cabal y arquetípico de Profesor, José Manuel Estrada fue y es, particularmente de modo singular, referente testimonial de Profesor Católico. A este respecto, en el seno de un siglo atravesado y avasallado por el siniestro laicismo europeizante, que importaba ideas y costumbres liberales y anticristianas, Estrada exhortaba a sus jóvenes alumnos y afirmaba: “Preconizad a Cristo y a su Reino” “El Reino de Cristo plasmará la sociedad argentina, o la discordia de sus elementos la destruirá. La razón sin la fe es el hombre sin Cristo; y el hombre sin Cristo marcha en las tinieblas” “El porvenir es arduo – arengaba en otro de sus brillantes discursos-  pero es sangre de héroe ésa que hierve en vuestros pechos juveniles. ¡No la dejéis corromperse! ¡No la dejéis entibiarse! (...) No esterilicéis esa fe sagrada y noble de la primera edad. ¡Servidla, queridos amigos, con abnegación, con sacrifico, con virilidad!”

A ciento dieciséis años de su partida hacia la bienaventuranza eterna, tanto hoy como ayer, su persona y su figura continúan revistiendo para todo auténtico educador, una enorme y enaltecedora significación. Por eso lo honramos y conmemoramos; por eso hoy, en el marco de este nuevo 17 de septiembre, cuando se va clausurando la primera década de este milenio preñado de ilusiones, de incredulidades y de vitales incertidumbres, humildemente y con una enorme gratitud, le rendimos este modesto y harto merecido homenaje. En efecto, ¿en qué consiste la vocación de educar sino en consumir la propia existencia bajo el celo ardiente de un quehacer que se regocija en el servicio desinteresado, destinado a ayudar y contribuir para que el otro – ya niño, ya adolescente y/o joven- sea y despliegue todo lo que puede llegar a ser? ¿acaso la lección del ejemplo no es la que a todas supera en elocuencia? Entonces ¿qué otra


enseñanza habrá de ser más edificante y educativa que la del testimonio de una vida íntegra cuyas más frescas primaveras acontecieron y transcurrieron al interior de las aulas?

Por lo tanto, estimado público presente y en particular, a vosotros señores profesores, que la persona, vida y obra de José Manuel Estrada os sirva, hoy y siempre, como testimonio y como ejemplo, como faro y como guía, como fuerza e inspiración. Con renovado fervor, debemos aunar esfuerzos y corazones y trabajar impetuosa e incansablemente para volver a llevar a lo más alto del escenario social, la tan vilipendiada y denigrada profesión docente. Urge despertar nuevas vocaciones, alimentar las ya encendidas, y re-significar, con la misma esperanza y alegría de los primeros días, los generosos años de experiencia.

Aunque abunden los hipócritas, los soberbios y los ambiciosos; aunque proliferen las vanidosas partidocracias enamoradas de los deleites del poder; más allá de que la dictadura del relativismo que hoy tanto nos acucia pareciera no tener freno, es menester afirmar categórica y enérgicamente que: ¡jamás podrá ser lo mismo un burro que un gran profesor! 

Para concluir, y con el permiso y la benevolencia de los aquí presentes, vuelvo a enfocar especialmente estas palabras a los señores profesores, para dirigirles una última y calurosa consideración: estén atentos y alertas, y guárdense de no abdicar ni sucumbir ante las tentaciones del cansancio, de la frustración, de la acedia. Por el contrario: ¡Gallardía! ¡Heroísmo! ¡Ánimo! Allí, en efecto, reposando en el devenir misterioso de la vida, habrán de estar siempre las jóvenes almas aguardando impaciente vuestras manos alfareras. Ávidas de verdad y de justicia, sedientas de bien y de libertad, os habrán de esperar que el trazado de vuestra tiza confiera rumbo y horizonte a su inexperto e inocente vuelo...

... Estimado Docente, querido Profesor: para esas novicias almas te has formado. Por y para ellas, eres lo que eres. Recuérdalo. Ejércelo. Vívelo. Y serás dichoso, y serás pleno. Y al cabo de muchos años cuando tu cosecha atesore infinitas gratitudes, acaso serás inmensamente feliz. Pues, habrás caído en la cuenta de haber sido, sencilla y maravillosamente, una buena persona, y de modo especial, ¡UN GRAN PROFESOR!


¡FELIZ DÍA DEL PROFESOR!

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