Ernesto Sábato,visto por sus nietos.-29 - 01 - 2020.-.

Ernesto Sábato, por Pablo Mascareño. La Nación". 29-01-2020.-
Me presento: soy Luciana Sábato, la nieta. Les voy a contar la vida de Ernesto". La hija de Mario Sábato, uno de los dos hijos del escritor Ernesto Sábato, es quien abre la puerta de la casa sobre la calle que, a modo de homenaje, lleva el nombre del gran intelectual. Arquitecta, gran lectora de la obra de su abuelo, pero, sobre todo, una enamorada del Tata, como le decían los nietos al escritor. Ese amor por él, hace que, junto con su hermano Guido, cada sábado por la tarde abran al público las puertas de la casa que fuera habitada, durante décadas, por el autor de Informe sobre ciegos, para que ese recorrido se transforme en un testimonio, en una visita al universo más íntimo de este vecino ilustre de Santos Lugares. "La vida es tan corta, y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse".
Bibliotecas y máquinas de escribir de distintas épocas
Bibliotecas y máquinas de escribir de distintas épocas Fuente: LA NACION - Crédito: Ignacio Sánchez
Seguramente, aquella famosa máxima, que resume su esencia, nació entre estas paredes centenarias, los árboles añosos que abrazan los jardines, y las bibliotecas con más de 6500 volúmenes ordenados con rigurosidad, con su rigurosidad, que hasta el día de hoy sigue siendo respetada e inamovible. La visita a la casa de Ernesto Sábato se convierte en ceremonia, en ritual accesible para el espectador visitante ávido por escudriñar, en primera persona, esos rincones sagrados, adentrarse en la aventura de pisar el mismo suelo que pisaba, diariamente, el autor de ensayos como Antes del fin, una autobiografía ineludible para acercarse a su espíritu. Tan ineludible como lo es esta recorrida por su casa austera como él.

Uno y el universo

Recostado sobre una rueda de carruaje de campo, una placa anuncia que se está frente a La Casa de Ernesto SábatoAire de pueblo en estas callecitas arboladas donde el tiempo parece detenerse. Ese anillo de diámetro de madera define la atmósfera. Instala en un tiempo y espacio. A tan solo veinte cuadras de la avenida General Paz, acá sobresale el sonido del canto de los pájaros, los vecinos aún se sientan en las puertas de sus casas a conversar y tomar fresco, y el sonido de la locomotora del Ferrocarril San Martín se hace notar desde lejos haciendo recordar el vínculo directo de estos empedrados con Retiro. Bendiciendo la escena, el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, con sus dos templos góticos y sus campanarios imponentes como vigías testigos de todo lo que sucede debajo. Allí, donde transcurrió la vida de don Ernesto Sábato desde 1945, cuando arribó a este rincón del noroeste del conurbano que tanto le hacía acordar a su Rojas natal. Hasta este paraje llegó el ilustre, el escritor reconocido en el mundo cuyos textos fueron traducidos a 75 idiomas, entre ellos el hebrero y el kurdo. Ese mismo que, cuando escribió El túnel, no imaginó que sería un material de lectura obligatoria en los colegios de China y de la mayoría de los países latinoamericanos.
Cuadros y elementos de pintura
Cuadros y elementos de pintura Fuente: LA NACION - Crédito: Ignacio Sánchez
Ni bien se desciende del tren, una pequeña plaza, como todas las que enmarcan las estaciones de pueblo, recibe al forastero. Allí mismo, una placa ya menciona la cercanía con el universo del notable autor. Estamos en los Santos Lugares. En verdad, los dos jardines que abrazan su casa eran los verdaderos Santos Lugares de don Ernesto, ese hombre de andar cansino que era un vecino más en la zona: "Cuando se lo cruzaban, las vecinas les regalaban flores o gajos de plantas", dice su nieta dejando en claro que la visita guiada será un recorrido por la obra y, sobre todo, por la intimidad de quien fuera el propietario de esa casa ubicada frente al legendario Club Defensores en cuyo solar hoy también funciona un centro cultural y una biblioteca popular con el nombre del escritor. "Todo el mundo lo conocía. Los barrenderos y los recolectores de la basura, lo saludaban cuando pasaban por la puerta de la casa, como quien saluda a un abuelo entrañable. No saludaban a alguien superior, sino a un ser querido. A veces, para regresar a su casa, se subía al tren en Retiro y, si se quedaba dormido, todo el vagón hacía silencio porque Sábato estaba descansando. Eso sí, le avisaban cuando estaban llegando a la estación y, antes de bajarse, lo aplaudían", revela la nieta encargada de preservar el legado y el amor hacia su abuelo.
Ni bien se ingresa al predio recibe a los visitantes, que suelen ser argentinos y extranjeros en igual cantidad, un jardín en estado agreste. Una verdadera selva urbana. La casa cuenta con dos vergeles. El de adelante, era el elegido por don Ernesto. Así lo quería él: puro, salvaje, casi sin intervención de la mano del hombre: "En los sesenta dijo: ´no se toca más´. Y así quedó". Con todo, lo brutal de las enormes plantas crea un ambiente por demás inspirador. Detrás de la casa, en cambio, se encuentra un espacio de césped prolijo que enamora: se trata del rincón al cuidado de Matilde, la esposa del escritor y madre de sus hijos. Los jardines podrían ser una radiografía del espíritu de cada uno. ¿Por qué, no?
El parque de la casa de Santos Lugares
El parque de la casa de Santos Lugares Fuente: LA NACION - Crédito: Ignacio Sánchez
"Contamos la vida de mi abuelo, de la que mucho no se sabe. Tratamos de mantener viva su imagen, su legado y que se lean sus libros. Por eso, también nos interesa fomentar la lectura en los colegios", explica Luciana Sábato, esa nieta que admira la obra, pero, sobre todo, la esencia íntima de ese hombre con el que jugaba, cada sábado, día del encuentro familiar en Santos Lugares: "Ante todo es mi abuelo. Un abuelo del que estoy muy orgullosa. Y, de tan orgullosa, hace cinco años comencé con la apertura de esta casa museo que, en realidad, es su casa", confiesa.
A lo largo de la visita, y a modo de introducción de cada ambiente, se proyectan fragmentos de un documental realizado por el cineasta Mario Sábato, hoy retirado en su casa de Bella Vista emulando, quizás, a su padre. La película permite encontrarse con un Sábato íntimo. El filme recurre a las escenografías naturales de la casa, esos mismos rincones que pueden ser descubiertos por el visitante. Luego de atravesar el jardín agreste, se accede a un pequeño hall de distribución donde, a modo de vigía, se emplaza un perchero del que penden los típicos pilotines y sombreros que utilizaba el creador de Abaddón, el exterminador. La escena conmueve. Allí parece estar algo del orden del aura. Más allá, aparece el estar donde solía reunirse la familia. "Éramos cinco nietos que, los sábados, copábamos la casa. A mí me llevaba a una plaza a treparme porque me gustaba hacer columpios, me decía que tenía que trabajar en un circo por mis destrezas. Íbamos en su auto. El decía que manejaba muy bien porque cumplía años el mismo día que Juan Manuel Fangio, pero iba a cuarenta. Le decíamos: ´Tata, por favor, andá más rápido´. Pero él iba a su velocidad". 
Las paredes del estar están recubiertas por bibliotecas. No podía ser de otra manera. Acariciar esos volúmenes con anotaciones de Sábato es sentirlo más cercano aún. Eso leyó. Eso es. Lo definen. El fetichismo sobre los libros como objetos se pone en funcionamiento rápidamente. Aromas, texturas. Y el descubrir autores, plumas notables, y otras que son solo para entendidos. En uno de los escritorios, una máquina de escribir que no es la de don Ernesto sino la de Matilde, su esposa. Esa mujer que lo acompañó desde los 17 años, tiempos de escolaridad secundaria cuando se conocieron en el colegio de La Plata donde ambos estudiaban y él, además, iniciaba su militancia en la Izquierda.
"Ernesto no hizo famosa a mi abuela, mi abuela lo hizo famoso a él. Si no hubiera sido por ella, él hubiese quemado sus libros. Ella le corregía todo. Y lograba que no quemara todo el material, que se atreviera a publicar. De tan obsesivo, no paraba de corregir, siempre decía que no servía lo que había escrito. Entonces, cuando iba a quemar lo hecho, mi abuela ´se enfermaba´ repentinamente y hacía que él accediera a su pedido de no quemar el material. Ella le decía que si incineraba lo escrito le iba a dar algo en el corazón. Con la culpa, mi abuela manejaba todo. Gracias a esa dinámica de Matilde, hoy podemos contar con Sobre héroes y tumbas o Abaddón. De este último, hubo tres ediciones corregidas por él, sacaba capítulos, agregaba otros. Entre la primera y la última edición, transcurrieron 35 años. Para él, nunca estaba terminada la obra. El túnel no participó de ese tira y afloje porque él tenía muchas ganas de publicarlo. De hecho, recorrió editoriales y en el primer lugar donde se editó fue en Francia".

El escritor y sus fantasmas

La segunda parada de la recorrida es en el que, quizás, se convierte en el punto saliente de la visita: el estudio donde Sábato trabajaba junto a su vieja y querida máquina de escribir, de teclas duras, carretel, y sonidos encantadores. Música para sus oídos. Junto a la ventana que da al jardín de Matilde, cada mañana, don Ernesto comenzaba a desafiar a la inspiración con sus ideas y destrezas lingüísticas. Este era el espacio para escribir sus ficciones notables, sus ensayos lúcidos y responder la correspondencia que le llegaba desde diversos lugares del mundo. Algo, mucho, de su formación como físico matemático, lo acompañó siempre, aún cuando inició su camino en el mundo de las letras: era preciso, ordenado, minucioso hasta en ese detalle que, para cualquiera, podría resultar intrascendente. "En la matemática encontró un orden perfecto que lo tranquilizó", explica su nieta. Trabajó con Bernardo Houssay, quien le retiró la palabra cuando el joven Ernesto decidió trocar tubos de ensayo por literatura. Treinta años después, al momento de editarse Sobre héroes y tumbas, el científico le envió una carta donde le reconocía su talento como hombre de letras.
Un escritorio con otra máquina de escribir
Un escritorio con otra máquina de escribir Fuente: LA NACION - Crédito: Ignacio Sánchez
"Se despertaba a las cinco de la mañana. Meditaba y escribía algo. A las ocho, se levantaba mi abuela y desayunaban juntos. Luego continuaba escribiendo. A las doce, en punto, almorzaba. Siempre dormía la siesta antes de continuar trabajando en su escritorio. Algunos días a la semana, por la tarde, debía salir a reuniones o compromisos sociales. A las ocho y media cenaba y se iba a dormir muy temprano. También repitió su rutina cuando comenzó a pintar. Era muy obsesivo. Su tarea como físico matemático lo marcó en la metodología y en las rutinas. Mi abuela Matilde le organizaba la vida para que tuviese ciertos rasgos de normalidad", confiesa Luciana. Alguna vez, una editorial le obsequió una pc para modernizar su dinámica de escritura. La tecnología no pudo con él y sus tradiciones. A los pocos días, la devolvió para continuar escribiendo tracción a sangre. En esa máquina en la que los visitantes se retratan a través de la selfie inevitable.

La última parada de la visita corresponde con el atelier

Es que la pintura fue otra de sus aficiones. Una herramienta expresiva y, alguna vez, un modo de subsistencia. Según explica Luciana Sábato promediando la visita "él adujo que no veía para dejar de leer y escribir, pero se dedicó a la pintura. Montó su atelier en 1984. Pintó la misma cantidad de años que escribió". Amigo de Antonio Berni y de Raúl Soldi, expuso una sola vez y a lo grande: en el Centre Pompidou de París.Cerca de los bastidores, una vitrina de época cobija a la colección completa de la revista Sur. Victoria Ocampo, directora de la publicación, fue quien editó, por primera vez, El túnel.
"Fue un abuelo muy especial. Una figura muy importante, no porque sea Ernesto Sábato, sino porque me enseñó mucho: el estudio, la defensa de las propias ideas, la libertad, la importancia de vivir en un país con democracia. Su actuación en el tema de los DDHH es su ejemplo mayor. Vivió con mucha valentía la época en la que integró la CONADEP. Todos vivíamos con miedo en esta casa. Desde que yo tenía seis años, se vivía con un miedo muy palpable. Veía a mis abuelos tirar libros, esconder cosas. O amigos de mi papá que no volvían más porque desaparecían. De todos modos, siempre acá. No se fueron. Eso fue de mucha valentía. A veces se escondían en el sótano, pensando que no los iban a descubrir. O se iban a la casa de algún amigo, en el Centro, durante algunos días", recuerda Luciana Sábato. Ese mismo sótano es en el que se instaló Federico Valle, el cineasta pionero de la industria local que le vendió la casa: "Era un mecenas de artistas. Cuando Valle se entera que mi abuelo iba a dejar la ciencia para dedicarse a escribir, lo invita a su casa, que era ésta casa. Llegan a un acuerdo: Valle le alquilaba toda la parte de arriba y se iba a vivir al sótano. En una palabra, le dejaba la casa. Con los años, Valle se mudó y, finalmente, mi abuelo compra la propiedad gracias a un premio, en dinero, que ganó mi papá, Mario, con su primer cortometraje: El nacimiento de un libro", rememora la nieta responsable, junto con su hermano, de preservar el valor patrimonial de la casa y mostrárselo a los visitantes. La propiedad está abierta al público general, los sábados. Mientras que los jueves es el día destinado para las instituciones educativas. "Compró la casa, alrededor de 1963, luego de escribir Sobre héroes y tumbas. Hasta ese momento, no tenía vivienda propia y nunca le preocupó. Era muy desprendido con lo material, demasiado. Vivía al día. Sostenía la concepción de mucha austeridad, de tener solo lo necesario. Decía que la riqueza pasaba por lo que uno tiene adentro".
La casa de Ernesto sábato
La casa de Ernesto sábato Fuente: LA NACION - Crédito: Ignacio Sánchez
Ingresar a la casa de Ernesto Roque Sábato y Matilde se convierte en una experiencia conmovedora. La calidez de la vivienda es proporcional a su austeridad. Huele a hogar y no al estudio académico de un prócer. Allí están sus libros; la máquina de escribir de la que emergió una obra no demasiado numerosa, pero si excelsa; y los objetos que lo acompañaron hasta el 30 de abril de 2011, cuando falleció a sus 99 años. Esa casa que compartió con Matilde, a quién prácticamente raptó en la adolescencia para concretar el amor furibundo que los unía. El físico matemático, el comunista, el anarquista, el ganador del Premio Cervantes, el hombre que, en la madurez, repasó y repensó sus ideas, pero no sus ideales. Esos que inculcó a sus nietos. Esos nietos que hoy abren las puertas de la casa de Santos Lugares para que el nombre de Ernesto Sábato se mantenga vivo y bregan por un billete de nuestra moneda que lleve su nombre, aunque, quizás, sea un contradictorio homenaje que se opondría a esa austeridad que lo marcó y enarboló en vida. "Mis abuelos, como en todo matrimonio, se peleaban. Cuando empezabas a escuchar portazos, era mejor esconderse. Él gritaba, pero ella mandaba y manejaba la situación".
Visitas: sábados 15 y 17 horas. Bono contribución: $200. Facebook: La Casa de Ernesto Sábato. Reservas: 011.6167.7626 / casadesabato@gmail.con / sabatoluciana@gmail.com
(Cfr. Tenemos Ejemplos.Difusión para conocimiento de Docentes y alumnos).

Los perros. Misión espiritual en nuestra vida.- 29 - 01 -2020.-

Conoces la Misión Espiritual de los Perros en Nuestra Vida ?

Están entre nosotros; Ángeles con cuerpo físico de 4 patitas que tienen una misión especial en la humanidad. Son terapeutas emocionales; no dudarán en darte un buen lengüetazo en la cara si te sienten triste o inarmónico.
Su misión puede ser individual o colectiva;muchos de ellos hacen una labor muy particular o pueden impactar a todo un grupo de personas y/o familias; esto último cada vez es más común en las familias que optan por tener una “mascota canina” y se convierte en un inseparable amigo(a) fiel y protector.
Pero hay secretos detrás de esa “fiel amistad”.

Protectores Energéticos

Nuestros ángeles de 4 patitas Son protectores energéticos; absorberán de ti y de tus espacios vibraciones en desbalance; ellos después se purgarán con la ayuda del agua, plantas y otros elementales que los auxilian; si es necesario se sacrificarán por ti cuando existen energías muy fuertes que puedan afectarte.

Una buena manera de ayudarlos a purgar la energía que han absorbido es darles mucho afecto físico; las caricias los alegra; al alegrarse se amplía su campo áurico y ese elevado estado de ánimo sacudirá esa energía en desbalance rápidamente como si fuera un gran repelente energético.

Ellos te eligen a ti

Ellos te eligen a ti –no tu a ellos– y saben muy bien tu misión; la suya es acompañarte en esa misión hasta el final.  Llegarán a ti de la manera menos esperada; e incluso cuando tienes la oportunidad de “elegir” entre muchos otros perros.
El  tendrá un acercamiento, mirada y simpatía particular que te permitirá no tener duda de la elección; sabrás que has elegido bien (según tu), sin embargo él o ella fue quién te eligió y con su energía y vibración te lo hizo saber.

Son Maestros del Amor incondicional

Son fieles; nos enseñan diariamente el amor incondicional y humildad. –En eso son maestros-.
Nunca olvidan saludarte o moverte la cola alegremente cuando te vuelven a ver aunque hayan pasado 5 minutos, son los gurús de la Nobleza.
La misión del “ángel canino” es a veces tan especial, sobre todo en casos donde el vínculo de amor es tan extremo que ante la muerte o pérdida del dueño(a) ellos pueden “dejarse morir” así mismos para terminar su misión; pues ya no encuentran el sentido de su vida.

Hemos visto muchos casos en donde el sufrimiento y/o la pérdida del “amigo humano” lo llevarán a una espera eterna -ante la posibilidad de que el dueño regrese- o si comprenden que ha desencarnado el dueño; se dejará morir para encontrarse con él en otro plano de conciencia.

Sensibles a vibraciones de todo tipo

Están conectados con vibraciones muy elevadas y son muy sensibles; perciben y observan más de lo que imaginas.
Son expertos radares energéticos; siempre están alerta a pesar de que los observes descansando; su sensibilidad auditiva es impresionante y que podemos decir del olfato y la visión. Es por eso que estarán inquietos, ansiosos y/o se pondrán a ladrar constantemente ante una presencia fuerte que consideren negativa no solo a nivel físico si no a nivel energético.

Terapeutas Emocionales

A nivel individual; estarán siempre pendientes de su dueño y/o la familia que lo haya “adoptado”; velará por la salud emocional siempre procurando armonía en el entorno; cuando encuentre tristeza, desamor, depresión y este tipo de emociones; buscará la manera de sacarte de ese estado; a veces el famoso “lengüetazo en la cara” es la mejor terapia.
El Movimiento de la cola genera ondas vibracionales que armonizan el ambiente; envían señales de amor; una vibración universalmente conocida y muy necesaria. Es por esa razón que nuestros amigos de 4 patitas son excelentes terapeutas a nivel colectivo; son usados en terapias grupales para levantar el ánimo de enfermos, sobre todo en niños que están pasando un mal momento.

Los hospitales cuentan con terapias emocionales que usan perros para este propósito; es allí donde nuestros amigos de 4 patitas emanan vibraciones altas para elevar los campos energéticos -auras- de los pacientes; tan sencillo como mover la cola y hacer sonreír a un desconocido ayuda a levantar su frecuencia vibracional; muy importante para la recuperación o estabilidad del paciente.
Son mejores amigos y compañeros; son motivadores y juguetones… son simplemente ángeles de 4 patitas que solo desean a cambio amor (y un buen platito de comida y agua). Protégelos de otros que aún no comprenden su misión. Agradezcamos su ayuda honrando su presencia en esta experiencia de vida.

Los niños y las viudas, los grandes olvidados. -29- 01-2020.-

NO SÓLO FUERON MASACRADOS POR LOS ALEMANES: TAMBIÉN POR LOS SOVIÉTICOS

Católicos polacos: los grandes olvidados al hablar de las víctimas del Holocausto

Tal día como hoy, en 1945, el campo de concentración de Auschwitz cayó en manos soviéticas. Por ello, hoy se celebra el día internacional de conmemoración en memoria de las víctimas del Holocausto.
Indudablemente, el pueblo judío fue la principal víctima de la campaña de exterminio organizada por el Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial. Pocos pueblos han sufrido un horror comparable al que padecieron los judíos europeos en aquellos años. Es por ello que los judíos tienen un papel destacado en los homenajes a las víctimas del Holocausto. También es frecuente que esos homenajes recuerden a otros grupos que fueron víctimas de crímenes de genocidio a manos de los nazis: gitanos, homosexuales, disidentes políticos, testigos de Jehová, discapacitados…
Soldados alemanes y soviéticos confraternizando en Brest, donde sus fuerzas se encontraron durante la invasión conjunta de Polonia en 1939 (Foto coloreada por Mirek Szponar).
Católicos polacos: masacrados tanto por alemanes como por soviéticos
Sin embargo, a menudo se olvida que uno de los grupos que también padecieron especialmente el Holocausto fueron los polacos étnicos, en su mayoría católicos, y por partida doble, ya que los crímenes de genocidio que padecieron durante la Segunda Guerra Mundial no sólo fueron perpetrados por los nazis, sino también por los soviéticos. Recordemos que en septiembre de 1939, Polonia fue invadida no sólo por Alemania, sino también por la URSS, siguiendo un pacto secreto firmado por las dictaduras de Hitler y Stalin en agosto de ese año: según el Instituto Nacional de la Memoria de Polonia (IPN), 150.000 polacos murieron a causa de la ocupación soviética, en parte asesinados y en parte durante las deportaciones a Siberia ordenadas por Stalin (en total, unos 320.000 polacos fueron deportados por los soviéticos, un hecho también considerado delito de genocidio según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional).
Sacerdotes y seglares católicos polacos momentos antes de ser asesinados por los alemanes en la Plaza del Mercado de Bydgoszcz, el 9 de septiembre de 1939. Los alemanes asesinaron a más de 20.000 hombres, mujeres y niños polacos en esa ciudad al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Las cifras de polacos asesinados por los nazis fueron considerablemente mayores. Según datos del IPN publicados en 2009, los alemanes fueron los responsables de la muerte de entre 5,47 y 5,67 millones de ciudadanos polacos durante la Segunda Guerra Mundial. El grupo que más padeció los horrores de la ocupación fue el de los polacos judíos: fueron exterminados por el Tercer Reich en torno a 3 millones (la mitad del total de judíos asesinados en el Holocausto). Además, los alemanes mataron en torno a dos millones y medio de polacos étnicos, en unos crímenes contra la humanidad que se iniciaron en los primeros días de la guerra. Un ejemplo de ese afán genocida fue el asesinato de más de 20.000 hombres, mujeres y niños polacos en Bydgoszcz en septiembre de 1939, en parte fusilados y en parte enviados a campos de concentración: el 14% de la población de esa ciudad polaca a comienzos de la guerra. Las matanzas continuaron durante todos los años de la ocupación alemana, llegando a extremos como los 150.000 polacos asesinados por los nazis durante el Levantamiento de Varsovia de 1944, unos crímenes que incluyeron violaciones en masa de mujeres y niñas y la muerte de pacientes de hospitales que fueron quemados vivos en sus camas. En la capital polaca se produjeron matanzas como la del distrito de Ochota, con 10.000 muertos, y la masacre del distrito de Wola, con más de 40.000 víctimas.
El destino de cientos de miles de niños polacos
Por otra parte, de los 400.000 niños secuestrados por los alemanes en los países ocupados, 200.000 fueron niños polacos. Muchos fueron entregados a familias alemanas y germanizados. Otros acabaron en campos de concentración. Ya he hablado aquí otras veces del caso de la niña Czesława Kwoka, de 14 años, una católica polaca cuya foto encabeza este artículo. Czesława vivía en el condado de Zamość, del que fueron deportados 116.000 polacos con el fin de instalar en su lugar una colonia alemana. De los deportados, 50.000 fueron llevados como mano de obra esclava a Alemania, y los demás fueron asesinados en sus aldeas o enviados a campos de concentración. Czesława fue llevada con su madre a Auschwitz. Igual que otros cientos de niños de Zamość, esta niña fue asesinada el 12 de marzo de 1943 mediante una inyección de fenol. Sus ojos llenos de miedo y su rostro golpeado, con el labio sangrando, han quedado para la posteridad como un símbolo del terror que vivieron muchos niños que fueron víctimas del Holocausto.
Soldados alemanes secuestrando a un niño polaco en el condado de Zamość, Polonia, en 1942. 200.000 niños polacos fueron arrancados de sus familias por los nazis. Muchos de ellos acabaron en campos de concentración.
El intento de destruir la cultura polaca por parte de Hitler y Stalin
Las dimensiones de las matanzas perpetradas por los alemanes contra los polacos étnicos se explican, igual que el exterminio de judíos, por motivaciones racistas. Para los nazis los polacos eran «untermensch», es decir, «subhumanos», seres inferiores que carecían de dignidad humana. Por eso buscaron no sólo su aniquilación física, sino también la desaparición de los propios pilares de Polonia como Nación. En esto, por cierto, coincidieron las dos potencias totalitarias que invadieron el país en 1939. Tanto Hitler como Stalin quisieron hacer desaparecer la cultura polaca: el nombre del país incluso fue prohibido en las zonas de ocupación alemana y soviética, en las que también fue prohibida la enseñanza de la lengua polaca y la impresión de libros en polaco. Las escuelas, universidades, librerías, museos, cines y teatros fueron cerrados en las dos zonas. Tanto nazis como soviéticos saquearon, robaron y destruyeron el patrimonio artístico de Polonia y quemaron libros en lengua polaca. En la zona de ocupación alemana incluso fue prohibido el uso de la lengua polaca en lugares públicos. De los 175 museos que tenía Polonia en 1939, 70 fueron destruidos, y también desapareció la mitad de las 603 instituciones científicas que tenía el país. El jefe de las SS, Heinrich Himmler, llegó a ordenar que los eslavos de los países ocupados, entre ellos los polacos, no tenían que aprender más que a escribir su nombre, a contar (no más de 500) y a asumir como un mandamiento divino que debían obediencia a los alemanes.
Soldados alemanes expulsando a familias polacas de sus hogares en el condado de Zamość, en 1942. Unos 116.000 polacos de ese condado fueron deportados, y muchos de ellos fueron enviados a distintos campos de concentración, donde finalmente encontraron la muerte.
En su afán por eliminar la cultura polaca, tanto alemanes como soviéticos intentaron destruir otro de los pilares de Polonia como Nación: la religión católica. En la zona alemana miles de sacerdotes y religiosos polacos fueron detenidos, torturados y enviados a cárceles y campos de concentración. De los 14.000 sacerdotes que había en Polonia en 1939, 1.811 fueron asesinados por los nazis. La Iglesia Católica ya ha declarado mártires a 108 de ellos, al entender que fueron asesinados por razón de su fe. Tanto alemanes como soviéticos sometieron al clero católico y a las organizaciones católicas polacas a una dura persecución.
Muchos criminales nazis fueron juzgados: los soviéticos quedaron impunes
Como podemos ver, cuando hablamos de Holocausto en Polonia no podemos limitarnos a recordar los crímenes de lesa humanidad cometidos por los nazis: es un deber moral recordar también los perpetrados por los soviéticos, pues fueron dos países -y no sólo uno- los que invadieron Polonia al comienzo de esa guerra, empleándose con una gran saña contra la población local. Tal vez sea ésta la causa de que los católicos polacos sean los grandes olvidados de muchos homenajes a las víctimas del Holocausto. Aunque muchos criminales de guerra nazis fueron juzgados y condenados después de la guerra, los criminales soviéticos quedaron impunes. El sufrimiento de aquellos polacos deportados y masacrados es hoy un recuerdo incómodo para muchos que, aún a día de hoy, siguen usando expresiones como «liberación de Polonia» para referirse a la ocupación del país por la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial y la instauración en él de una dictadura comunista. Una extraña «liberación» a la que hay añadir la violación en masa de 100.000 mujeres y niñas polacas a manos de los soviéticos, unos crímenes cuyas víctimas tenían entre 4 y 80 años: muchas de ellas, además, fueron asesinadas. Ya va siendo hora de que el mundo recuerde a esos católicos polacos y señale, con igual firmeza, tanto a los criminales nazis como a los criminales soviéticos que les sometieron a un colosal genocidio.
(Foto principal: Czesława Kwoka era una niña católica polaca de 14 años. Vivía en el condado de Zamość, del que fue deportada en diciembre de 1942. Murió en el campo de concentración de Auschwitz el 12 de marzo de 1943. Foto coloreada por Marina Amaral)