¿Por qué no deberíamos etiquetar a las personas conflictivas como “tóxicas”?
Rawpixel.com - Shutterstock.- Miguel Pastorino | May 28, 2019
La calidad de vida de las personas depende de la calidad de sus relaciones, porque constituyen la sustancia de la vida. Y la calidad de nuestras relaciones depende de la calidad de nuestra comunicación, en todos los ámbitos de nuestra vida.
Actualmente, uno de los grandes desafíos que se perciben a menudo en los ámbitos laborales es aprender a relacionarse con las personas que son fuentes de constantes conflictos y a quienes se los etiqueta como “tóxicos”. Si bien algunos autores utilizan la expresión “persona tóxica” para referirse a personas que agotan emocionalmente a quienes conviven con ellos, en esa etiqueta entran narcisistas, victimistas, manipuladores, neuróticos, agresivos y una larga lista que mezcla patologías psiquiátricas con simples características de un temperamento o estados anímicos, o simplemente dificultades para comunicarse.
El adjetivo “tóxico” se le aplica indiscriminadamente a cualquiera que tenga problemas para relacionarse con los demás o esté pasando por un mal momento en su vida, sin mucho discernimiento. Hay quienes han matizado y explican que existen “relaciones tóxicas”, pero no personas tóxicas. Otra cosa es la existencia de una patología que debe ser tratada por el sufrimiento que genera a los demás y a sí mismo, pero no por ello etiquetarla superficialmente.
Cuando en algún ámbito se etiqueta a alguien de “tóxico”, parece que se lo trata como una suerte de “peste social” de la que hay que tomar distancia, cuando muchas veces se trata de una persona que está pasando por una situación crítica de su vida y tal vez no sea consciente del daño que ocasiona a los demás y a sí mismo.
Las carencias de una sana educación de las emociones y vivir en medio de una gran crisis cultural que ha afectado los vínculos desde la infancia y que tiene a la familia asediada, hace cada vez más patente la cantidad de personas con una gran baja autoestima, hipersensibles a cualquier comentario, que tratan de culpar y responsabilizar a los demás de todo lo negativo que perciben, o manifiestan un deseo de controlarlo todo y por su inseguridad son posesivos con las personas que quieren hasta saturarlos, o los manipulan y chantajean emocionalmente.
Hay muchas personas que, por no haber sido educadas con sanos límites, no toleran la más mínima frustración y se vuelven insoportables para quienes conviven o trabajan junto a ellos. Pero también es cierto que cualquiera de nosotros, en una situación llena de problemas y estrés, podemos resultar también insoportables para los demás.
Pero nada de esto significa que las personas cuando se vuelven muy conflictivas sean una especie de virus del que hay que deshacerse porque sean “tóxicos”. La mayoría de las veces nuestra propia incapacidad para hacer frente a los conflictos o de ser empáticos, nos lleva por el camino fácil de deshacernos del otro con la etiqueta de “persona tóxica”. Insisto, nadie está libre de ser víctima de un psicópata, de un depredador emocional, pero eso no significa patologizar todo lo que me incomoda.
La respuesta: compasión y alegría
La compasión es “sentir el dolor del otro”, es sentir con el otro. Pero la compasión va mucho más allá de compartir el sufrimiento u otros sentimientos de los demás, porque nos mueve a rescatar al otro, a comprenderlo en profundidad. Las personas son rescatadas de la soledad cuando alguien conecta con sus emociones más profundas, cuando siente que le comprenden.
El acto de comprender no es estar de acuerdo con el otro en lo que piensa o dice, sino de ponerme en su lugar. No solo es entender lo que dice, sino por qué lo dice, para qué lo dice, qué siente, tratando de ir más allá de lo que percibimos. Comprender implica salir de nosotros mismos y adentrarnos en el mundo del otro, en sus pensamientos y sentimientos, y para ello es necesario aprender a escuchar en profundidad.
Quien tiene una sana autoestima puede hacer frente a estas situaciones de conflicto con paz y sin perder la alegría, porque entiende que, en la mayoría de los casos, lo que los otros le achacan no necesariamente tiene que ver con él mismo.
Lo primero y más eficaz en la comunicación es la alegría, es la sonrisa. No la sonrisa superficial, sino la que brota desde dentro, por ser una persona feliz. Todos están a gusto con personas que son felices de verdad, porque no son competitivas ni están buscando siempre a quién agredir con un comentario malicioso. No siempre tomamos conciencia de que a muchas personas que se nos cruzan en el día, tal vez nuestra sonrisa pueda ser la única que reciba. Es gratis y además puede desarmar a quien vive detrás de una coraza.
Una sonrisa sincera puede ser un alivio para un corazón que pasa por un momento difícil. Acercarse con verdadero interés en la persona, normalmente hace que el otro deje de estar a la defensiva. Y si me destrata a pesar de ello, puedo comprender que no es conmigo el problema y dejarlo ir, en lugar de enredarme en un conflicto que no tiene que ver conmigo.
Algunos consejos útiles
Amar y ser compasivo no significa exponerse innecesariamente al conflicto. Si las personas que vemos mal están abiertas a nuestra compasión y cercanía, podemos tratar de tener una conversación donde nos centremos en ellos y no en nosotros, ayudándoles a aliviar su tensión interior y a sentirse comprendidos. Hay veces que no nos dejan y hay que aceptarlo también porque es su decisión, su libertad.
Pero es importante que cuando se pueda dar el diálogo con alguien que se torne muy conflictivo, tener las conversaciones necesarias, no en exceso para no generar expectativas que luego se frustren. Al escuchar con atención y orientar al otro a hablar sobre sus problemas y no de nosotros mismos, hablando nosotros lo menos posible, evitaremos que malinterprete o tergiverse nuestras palabras.
Hay personas con baja autoestima que solo retienen lo que más les afectó de nuestros comentarios y no retienen el contexto ni las cosas positivas, agrandando y resaltando un comentario negativo que tal vez fue totalmente superficial e innecesario, o una interpretación equivocada del mismo. Cuando alguien es demasiado autorreferencial lo piensa todo en función de sí mismo y no sabe tomar distancia de los hechos o de lo que se le esté explicando. Por eso es importante ser claro, conciso y sin demasiados, reforzando lo que queremos comunicar.
Los gestos de gratuidad cotidiana, pequeñas cosas sencillas, no cuestan nada y hacen mucho bien a las personas que los reciben. Las personas que se sienten muy solas y aisladas no esperan nada de nadie y la gratuidad suele sorprenderlas, más todavía en un mundo dominado por la lógica del interés.
Finalmente, es importante conocerse a sí mismo, aceptarse y fortalecer la propia autoestima, aprendiendo que no siempre las actitudes negativas de los demás hacia nosotros se apoyan en algo que hayamos hecho, incluso a veces ni siquiera tienen que ver con nosotros. Darnos cuenta de esto nos ayuda a tomar distancia y ver al otro con compasión. Quien ejerce su liderazgo desde el amor y la compasión, gana en autoridad y en libertad.
(Cfr. Tenemos Ejemplos. Difusión para catequistas y alumnos. Prof. Luis Angel Maggi).
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