La amistad de dos Padres de la Patria: Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes. Por Marcelo Gershani Oviedo.-Catamarca.- 08-06-2015.-
Muchas veces caemos en la tentación de creer que los grandes hombres sólo pensaban cosas grandes y que sus vidas sólo estuvieron hechas de batallas famosas y de tratados políticos. Pero es en la amistad, en el amor, en lo más sencillo de cada día, donde sin menoscabar su gloria, se nos muestran más humanos, más íntimos, más cercanos incluso a nosotros.
En este Mes Belgraniano se me ocurre pensar, en relación a lo que digo, en la amistad que unía a dos Padres de nuestra Patria, los generales Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes. Y son las cartas, escritas en la sala familiar o en la tienda de campaña, las que nos muestran sus preocupaciones, sus afectos, sus dolores, en fin, su humanidad más honda.
Cuando se iniciaba el año 1817, Belgrano estaba seriamente preocupado en el futuro de un hermano adolescente de Güemes. Desde Tucumán, el Creador de la Bandera la escribía al salteño: “Sé que tiene usted un hermanito llamado José, de diez y seis años con mucho espíritu militar, y aplicación a la carrera; tendré mucho gusto de que usted me lo mande, lo nombraré mi Ayudante, y si quiere aprender, aquí hay proporciones para ello; sea dicho esto con toda la franqueza de la amistad, y porque me parece que así se logrará que sea un oficial de provecho”. Efectivamente, José Güemes se incorporó al ejército de Belgrano, quien le avisa a su hermano el General: “A Pepe lo he puesto en el regimiento para que me lo sujeten y aprenda, se me iba echando a perder... lo he de sacar un hombre o poco he de poder”.
Un tanto inquieto resultó este José Güemes. A fines de ese año de 1817 Manuel Belgrano vuelve a escribir a su hermano, el General Güemes: “Compañero y amigo querido: Pepe apareció; se había ido sin licencia, a la otra banda de los Lules. Este muchacho por quien estoy empeñado en sacarlo de provecho, desde que fue al Regimiento no me ha escrito una letra y no sé sus necesidades sino cuando me las dicen sus jefes; tiene sus buenas cuentas mensuales como todos los demás… en fin, he de hacer cuanto pueda para conseguir que sea un hombre”.
Así, a través de la correspondencia de Belgrano, vamos conociendo las cuestiones domésticas y cotidianas de algunos miembros de la familia Güemes. Meses después, Manuel Belgrano le avisa al caudillo salteño que ha recibido carta de su madre, doña María Magdalena de Goyechea y de la Corte, ya viuda de don Gabriel de Güemes Montero: “Me escribe su madre de usted que le envíe a Pepe pues lo necesita para atender a sus haciendas en consecuencia del casamiento de don Juan; dígame usted lo que le parezca para que yo me pueda expedir con el acierto que deseo por el bien de uno y de otro”. Seguramente Martín Miguel de Güemes apoyó la decisión materna, ya que el 26 de abril Belgrano le escribe: “La señora madre de usted estará contenta con Pepe; ojalá que la sirva bien… contemplo que la señora estará sin quien la atienda, y no habrá otro remedio”.
No solo se preocupaba Belgrano por Pepe Güemes, el joven hermano del caudillo salteño, sino también por la esposa del General, doña Carmen Puch, que estaba en avanzado “estado de buena esperanza”, como se decía entonces. Desde Tucumán, le escribía a Güemes en agosto de 1817: “Deseo que la señora doña Carmencita salga bien de su cuidado, dándonos un nuevo patriota heredero de su padre de quien soy con la mayor y más firme amistad, su Manuel Belgrano”. Al mes siguiente vuelve a referirse a la paternidad del prócer salteño: “Que salga bien de su cuidado mi señora doña Carmencita es mi deseo y que siendo usted padre no por eso disminuya en su afecto a su siempre Manuel Belgrano”. Una semana después le pregunta: “¿Es usted ya padre o cómo andamos? Expresiones a la Carmencita y usted reciba las que quiera de su siempre Manuel Belgrano”. Por fin llegó la noticia del nacimiento del primogénito Güemes-Puch. En septiembre le escribe a Güemes: “Sea mil veces enhorabuena, mi amigo y compañero querido: Felicito a usted, a la señora doña Carmencita y a ambas familias por el nuevo Martincito; celebraré que siga bueno, como igualmente su mamá, a quien tendrá usted la bondad de hacerle presente mi complacencia por el feliz éxito, y por haber dado un hombrecito a la Patria que herede las virtudes de su padre y el amor a tan digna madre…”. En abril de 1818, Belgrano termina una carta a Güemes diciéndole: “Siga usted con la salud que deseo, igualmente que la Carmencita y el Martinillo”.
También la salud del amigo Güemes preocupará a Belgrano. Desde Tucumán, el 3 de octubre de 1817 le escribe al salteño: “Compañero y amigo querido: usted no se cuida; cree que su cuerpo es de bronce y se equivoca; no se debe usted a sí sólo, sino a su mujer, hijo y lo que es más, a la Patria y esto debe empeñarlo a tomar precauciones que lo liberten de esos ataques furibundos. Sé que estaba usted aliviado, quiera Dios que continúe con buena salud como lo deseo”.
Menos de un lustro después de esta última carta, ya habrán fallecido Belgrano y Güemes. Y de esas cartas queda el testimonio imborrable, humano y cálido, de que aquellos hombres no eran de bronce. Sufrían y amaban, aunque fueran los Padres de la Patria.
* Por Marcelo Gershani Oviedo
Magíster en Historia Regional Argentina. Licenciado en Historia. Docente, Investigador en el Departamento Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Catamarca.
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