“Hará falta decir que el peronismo, inmunizado por la fidelidad que brinda a la figura de su jefe, es el venero y la matriz de la fuerza nueva cuya expansión signará el proceso revolucionario”, le escribe el nacionalista Marcelo Sánchez Sorondo en junio de 1971. “Mi general, ya no es la mera ocupación del gobierno lo que el pueblo argentino quiere para su líder. Quiere el poder total y la destrucción de la anti-patria”, le dice el marxista Rodolfo Puiggrós en agosto del mismo año. Estas expresiones forman parte de la nutrida correspondencia de Perón en el exilio, entre 1955 y 1973, con diversos referentes políticos e intelectuales, durante su residencia en la España de Franco. Y muestran cómo alentó el líder, desde un comienzo, a las facciones extremas de su movimiento, en una estrategia de pinzas para lograr su retorno al país y regreso al poder.
Este material inédito, que se conoce ahora, cuando se cumplen 43 años de su muerte, está contenido en el libro El exilio de Perón. Los papeles del Archivo Hoover (Sudamericana), con seis estudios basados en la documentación que se encuentra en la Universidad de Stanford, Estados Unidos. Estos echan nuevas luces sobre la gravitación del líder justicialista en la vida política nacional durante los dieciocho años que pasó fuera del país antes de su retorno y tercera presidencia. Estos intercambios epistolares muestran a un Perón que no desconoce el grado de enfrentamiento existente entre las distintas expresiones que le manifiestan su adhesión, desde la izquierda insurreccional a la derecha contrarrevolucionaria. Antes bien, las alienta. Unos le hablan del socialismo nacional y otros, del “peligro comunista”. Y él responde en igual sentido. El ex presidente suponía que lograría contenerlos o que, en última instancia, se neutralizarían unos con otros.
Allí desfilan dirigentes, referentes e intelectuales situados en los extremos ideológicos del peronismo, de izquierda a derecha –además de Puiggrós y Sánchez Sorondo, Alberto Ottalagano, Miguel Ángel Iñíguez, Jorge Osinde y Rodolfo Galimberti, entre otros-. Unos argumentan en favor de la lucha armada y la radicalización del proceso político, y otros asumen la lucha ideológica enfrentando esa radicalización. Se trata de actores que tienen un papel inicialmente periférico o secundario —y a la vez crítico—de los dirigentes peronistas más moderados, y a quienes Perón dispensará una atención especial promoviendo sus acciones. A Ottalagano, Perón le comparte, en marzo de 1961, su decepción con los dirigentes peronistas “que han buscado otros horizontes políticos, mediante diversos recursos como el de formar nuevos partidos, permanecer inactivos, substraerse a la luchao simplemente pasarse al enemigo”.
A lo largo de esos años se irá desarrollando una estrategia de alta intensidad político-ideológica, la que desde visiones antagónicas tributará a un mismo objetivo: evitar una “normalización” de la política argentina que prescindiera de la presencia de Perón y lograr su retorno al país y su regreso al poder. Irán ganando un creciente protagonismo y serán actores decisivos, ocupando lugares claves, funciones de gobierno y espacios de poder cuando el peronismo retorne al gobierno en 1973, lo cual tendrá también una no menor incidencia en el curso que tomará el proceso político a partir de entonces.
Unos buscaban la revolución social. Otros, la restauración del orden quebrado en el ‘55. El desenlace de este capítulo de nuestra historia se conoce: una desembocadura electoral acompañada de una extraordinaria movilización popular, un tumultuoso regreso de Perón al país con derivaciones trágicas –la fallida bienvenida multitudinaria que deriva en una matanza en las inmediaciones del Aeropuerto de Ezeiza, el 20 de junio del ’73, protagonizada por sectores internos opuestos, allegados a la conducción peronista- y un retorno del peronismo al gobierno –y de un Perón ya anciano a la presidencia- signado por enfrentamientos intestinoscon una creciente carga de violencia. Una “primavera” democrática que durará muy poco, estropeada por el fuego cruzado entre la insurgencia de las organizaciones armadas y la contrainsurgencia de las fuerzas estatales y para-estatales de represión.
Ambos brazos de esa pinza fueron armados y activados, durante los años de la proscripción y la resistencia, no sólo por el antagonismo entre peronismo y antiperonismo sino también por el existente al interior del peronismo. Las utopías serán ahogadas en sangre. Y el sueño, convertido en pesadilla, con el regreso a una oscura –la más oscura- etapa de dictaduras que ensombrecerán al subcontinente latinoamericano.
Carta de Perón a Fidel: "entre el Tiempo y la Sangre"
Perón cultivará la afición epistolar como ejercicio de reflexión sobre su lugar en la historia, hasta el final. Una de las últimas cartas que suscribe, meses antes de morir, está dirigida a Fidel Castro, comandante y primer ministro de la República de Cuba, el 24 de febrero de 1974. Su portador es el ministro de Economía José Ber Gelbard, al frente de la misión de amistad luego de la reanudación de las relaciones bilaterales. Allí, compara las trayectorias de ambos y se sigue definiendo como un líder revolucionario, dejando una sentencia con final abierto: “Tanto Ud. Amigo Fidel, como yo, llevamos muchos años de permanente lucha revolucionaria. Ello otorga una experiencia invalorable que es preciso transmitir a la Juventud, para evitarle atrasos que se pagan siempre con dolor y sangre, inútilmente. La pujanza viril de la vida joven, para rendir verdaderos frutos a la Patria, debe ir acompañada de la cuota de sabiduría que otorga la experiencia. La responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros no es ya la de realizar la Revolución que cada uno de nuestros ideales concibe como lo mejor para su Pueblo, sino enseñar a nuestros descendientes a consolidarla. Para ello tenemos dos caminos: Tiempo o Sangre. Tiempo sobra. La Historia nos enseña cómo los excesos vuelven finalmente a su cauce habitual…”.
El libro
"El exilio de Perón. Los papeles del Archivo Hoover" (Sudamericana, 2017), contiene seis estudios sobre el exilio de Perón (1955-1973) desde sus intercambios epistolares. Coordinado por José Carlos Chiaramonte y Herbert Klein, con documentación del Archivo Hoover, de la Universidad de Stanford, Estados Unidos. Autores: Claudio Belini, Fabián Bosoer, Fernando Devoto, Christine Mathias, Julio Melón y Mariano Plotkin.
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