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Pepita, la nieta del general San Martín, a quien los franceses consideran heroína
de guerra.- - - INFOBAE.-Por Adrián Pignatelli, Sábado, 7 de marzo de 2020
Durante la Primera Guerra Mundial, Josefa -la nieta del Padre de la Patria- hizo de su casa un hospital de campaña, donde atendía a heridos franceses y alemanes. Por eso, en Francia le otorgaron la Legión de Honor. Cuando murió y la Argentina quiso repatriar sus restos, desde París se negaron, porque querían que descansara en esa tierra.
Josefa Dominga Balcarce fue una de las nietas de José de San Martín y, curiosa
mente, por su papel en la asistencia de heridos durante la Primera Guerra Mundial,
Francia le otorgó la Legión de Honor. Había transformado su casa en un asilo
de ancianos y su acción filantrópica fue su sello distintivo.
En la noche del 13 de diciembre de 1832, en Chez Grignon, el restorán de moda
de la burguesía parisina, todo era alegría. El general José de San Martín había i
nvitado a una cena para celebrar el casamiento de su hija, Mercedes Tomasa, de
17 años con Mariano Severo Balcarce, de 24.
San Martín vivía con su hija en una casa de la calle Provence nº 32, en la ciudad
capital. Cuando estalló una epidemia del cólera, estimaron conveniente tomar
distancia y se establecieron en Montmorency, un pueblito de 1600 habitantes, a
veinte kilómetros al norte de París. A pesar de todo, en marzo de 1832, Mercedes
contrajo el cólera y San Martín, tres días después. Al mes, ambos estaban repuestos, pero a su papá lo atacó una enfermedad gástrica intestinal que lo
tuvo a maltraer.
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Quien los cuidó y se ocupó de los trámites fue Mariano Severo Balcarce, un joven argentino, hijo del general Antonio González Balcarce, que había fallecido en 1819. Mariano se desempeñaba en la legación argentina en París. Sobre su yerno -le con
taba por carta a su amigo O’Higgins- que “su juiciosidad no guarda proporción con
su edad de 24 años; amable, instruido, aplicado, ha sabido hacerse amar y respe
tar de cuantos lo han tratado”,
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Entre cuidados y atenciones nació el amor entre la pareja, se casaron y se embarcaron hacia Buenos Aires. El propio San Martín estuvo por acompañar
los, pero no se sentía del todo bien.
San Martín había abandonado Buenos Aires en compañía de su pequeña hija, a
quien criaba su suegra Tomasa de la Quintanilla desde que había fallecido Reme
dios, y el 23 de abril de 1824 desembarcó en El Havre con ella. Como le encontra
ron paquetes de diarios anti monárquicos destinados a distintos amigos y
conocidos que vivían en Europa, no lo dejaron ingresar, y debió seguir viaje
a Inglaterra. En Londres, su hija permaneció como pupila primero en el Hampstead College y luego en un colegio de monjas, mientras su papá se estableció en
Bélgica, donde escribiría en 1825 las famosas máximas para su hija.
Luego de un frustrado retorno a Buenos Aires en 1829, en el que no quiso desem
barcar, volvió a Europa. En Francia adquirió una casa en la calle Provence nº32,
donde vivió con su hija y con su fiel criado, Eusebio Soto. En 1834 adquirió una
casa de campo de tres plantas en un terreno de una hectárea, en Gran Bourg, a
treinta kilómetros de París. Allí solía pasar desde Semana Santa hasta el día de
los difuntos.
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Pepita
En 1836 volvieron Mercedes y Mariano y el 14 de julio de ese mismo año nacería
la protagonista de esta historia: Josefa Dominga. Su primer nombre fue en honor
a su abuelo materno; el segundo, por su abuela paterna. En la familia le decían
Pepita.
Desde el día mismo de su nacimiento, abuelo y nieta tuvieron un vínculo especial. Fue San Martín el que personalmente la inscribió en el registro civil de
Evry-sur-Seine. Y quien la dejaba jugar, a gusto y placer, con las medallas que
había ganado, en la época que combatía a Napoleón, en las filas del ejército
español.
La revolución que estalló en 1848, que provocó la renuncia del rey Luis Felipe I y
que dio paso a la Segunda República, lo convenció a San Martín de buscar ámbito
s más tranquilos. Ese lugar fue Boulogne sur Mer, una población costera frente al
Canal de la Mancha. Alquiló un segundo piso de una vivienda en el número 5 de la
rue Grande en Boulogne-sur-Mer, propiedad de Henry Adolphe Gerard, abogado, periodista y además el biblotecario del pueblo. Se haría amigo de San Martín.
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El general, nacido en Yapeyú moriría allí el sábado 17 de agosto de 1850, a las 15
horas.
El Petit Chateau
Cuatro años más tarde, Mariano Balcarce adquirió, en el pueblo de Brunoy, a
veinte kilómetros de París, una mansión que había pertenecido, entre otros, al
conde de Provenza, hermano de Luis XVI y quien luego sería el rey Luis XVIII.
Desde tiempos inmemoriales, era el “Petit Chateau”. A lo largo del tiempo, había
sufrido varias modificaciones, especialmente cuando fue parcialmente destruida
durante la Revolución Francesa.
En 1861, a los 27 años, murió la otra nieta de San Martín, María Mercedes. La
sepultaron en una bóveda en el cementerio de Brunoy y también llevaron los
restos de su abuelo. Ese mismo año, Josefa se casó con Eduardo María de
los Dolores Gutiérrez de Estrada y Gómez de la Cortina, embajador de
México en Francia. No tendrían hijos.
Mercedes, la hija de San Martín, que había nacido en Mendoza en 1816 cuando
su papá era gobernador de Cuyo, que fue testigo de la enfermedad y agonía de
su mamá Remedios y que fuera cariñosamente malcriada por su abuela, falleció
en 1875; su esposo Mariano lo haría diez años después.
La memoria de San Martín
Josefa y su marido estuvieron el 21 de abril de 1880 en El Havre, despidiendo los
restos del Libertador, que el vapor Villarino llevaría a Buenos Aires. Lo primero
que hizo Josefa fue donar la valiosa correspondencia de su abuelo a Bartolomé
Mitre, y cedió el mobiliario que le había pertenecido al Museo Histórico Nacional.
Lo hizo junto con un croquis, en el que detallaba la disposición de los muebles de
la habitación donde había fallecido. Eso permitió recrear el ambiente, tal como se
lo puede contemplar en la actualidad.
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Un hospital para la guerra
Cuando Josefa enviudó en 1904, modificó el Petit Chateau, donde vivía. Había
creado, a fines del año anterior, la “Fundación Balcarce y Gutiérrez de Estrada”,
que llevaría adelante un hogar de ancianos y un centro asistencial para los más necesitados. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, transformó su casa y asilo
en un hospital. La asistieron en esta tarea las hermanas de la Congregación de la
Sagresse.
Trabajaba a la par que todos. Hablaba varios idiomas, como el inglés, italiano,
alemán, griego y latín. Y por supuesto el español, a pesar de que nunca conocer
ía Argentina, al que se refería como “nuestro amado país”.
La dirección médica de lo que durante la guerra fue el Hospital Auxiliar Nº 89,
empezó a funcionar el 14 de octubre de 1914, y estuvo a cargo del cirujano jefe Dr.
Jules León Ladroitte.
Constaba de 50 camas, dos modernos quirófanos, y salas de esterilización, labora
torio y radiología. Por la proximidad con el frente de batalla, atendían tanto a herido
s franceses como alemanes. Lo único que Josefa preguntaba era “¿Están heri
dos? Entonces, ¡éntrelos!”
El problema fue cuando Alemania inició la segunda gran ofensiva del Marne, entre
julio y agosto de 1918. Los franceses evacuaron toda el área, que comprendía a
Brunoy. Aun así, Josefa no quiso irse.
Cuando la guerra terminó, recibió del gobierno francés la condecoración de
la Legión de Honor y además fue distinguida por la Cruz Roja. Se había gana
do la admiración de los soldados que se habían atendido en ese hospital, que volvi
ó a ser asilo de ancianos. En su testamento, lo cedió a la Sociedad Filantrópica de
París.
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La casa de su bisabuelo, que estaba en la esquina de las actuales Perón y
San Martín en el microcentro porteño, la donó al Patronato de la Infancia.
Josefa murió en Brunoy el 17 de abril de 1924. Tenía 87 años. Tanto ella como su
abuelo son ciudadanos ilustres de la ciudad y una calle lleva el nombre de ella.
Cuando se trasladaron los restos de sus padres y hermana a Mendoza, en 1951,
el gobierno francés se negó a la repatriación de los de Josefa. Porque ellos consi
deran que es un heroína nacional que merece descansar en la tierra en la que
nació y vivió. Ese mismo suelo que había sido refugio de su ilustre abuelo que,
de chica, la dejaba jugar con sus medallas.
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