CULTURA.
A PROPÓSITO DEL CORONAVIRUS
- Por Roberto L. Elissalde *
Prilidiano Pueyrredón y la epidemia de cólera en España.
La historia sirve, entre otros muchos fines, para ilustrar sobre lo ocurrido en otros tiempos y
para conocer los errores y aciertos que se cometieron. Aquí un recuerdo sobre pestes pasadas.
sesquicentenario de la muerte de Prilidiano Pueyrredón, uno de los grandes artistas argentinos del siglo XIX, que como lo define su pariente Marigela Pueyrredón,
también dedicada a las artes, era “realista, paisajista y retratista”, realista porque “documenta y se acerca a las costumbres de su pueblo”.
Muchos autores se han ocupado de Pueyrredón y con notable acierto. Citemos entre ellos a José León Pagano, Arminda D´Onofrio, Eduardo Schiaffino, Jorge Romero Brest, José Luis Lanuza, Adolfo Ribera, Rodolfo Trostiné, Julio Payró, Enrique Williams Álzaga, Marcos de Estrada, Victoria Ocampo, Bernardo Lozier Almazán, Trinidad Chianelli, Maxine Hannon y Roberto Amigo. Sin embargo, muy pocos se han dedicado a estudiar al hombre. Por esa razón, con bastante documentación, en algunos casos inédita y otra apenas glosada, estoy escribiendo “Prilidiano íntimo”, que Dios mediante se presentará en octubre.
"El Malbrán", "al Malbrán".leer.
Parte de esta nota es una pequeña porción de ese trabajo. Prilidiano Pueyrredon y su madre María Calixta Tellechea viajaron a España en las postrimerías del gobierno de Juan Manuel de Rosas, se instalaron en Cádiz a finales de 1851 o en los primeros días de 1852 porque allí vivían algunos parientes con los que siempre había habido mucha cercanía y visitaron Sevilla con motivo de la Semana Santa de 1854.
Su abuelo, don Juan Martín de Pueyrredon y Labroucherie, y su hermano Diego, habían llegado de Issor a esa ciudad para probar suerte en los negocios mercantiles. El primero se instaló en Buenos Aires, donde se dedicó al comercio y formó una familia al casar con Rita Damasia Dogan; mientras que Diego se quedó en Cádiz encargado de surtir de mercaderías a su hermano en el Río de la Plata. Aquí vino Juan Martín, que habría de tener tan destacada actuación política, para instruirse en el comercio con su tío y casó en primeras nupcias con la hija de éste, Dolores, que murió a causa de una depresión posparto en Buenos Aires y fue sepultada en la iglesia del Pilar en mayo de 1805. Un hermano de ella, Rafael, también anduvo por Buenos Aires y murió defendiendo la ciudad el 12 de agosto de 1806 en las jornadas de la Reconquista.
Poco sabemos de la vida cotidiana pero en su correspondencia nos enteramos de la grave epidemia de cólera en España, entre 1854 y 1856, lo que nos llevó a investigar el tema. El historiador de la medicina español José Ramón Urquijo informa que en julio se dieron los primeros brotes del mal en diversos puntos del reino: Barcelona, Alicante, Sevilla y Cádiz. Pero ante el avance implacable de la peste, el 21 de agosto de 1854 el gobierno dictó los primeras medidas atento que el mal dominaba Extremadura, toda la costa de Finisterre a Creis, menos Málaga, Granada, Almería, Murcia y Valencia.
Prilidiano había embarcado rumbo a Buenos Aires el 1º de julio de 1854 pero había quedado en Cádiz su madre. Cuando llegó le escribió a Alejandra Heredia, una mujer con la que tenía una relación oculta y era madre de una hija de él, por la epidemia de cólera en España, cuyos primeros síntomas comenzaron en 1854 y continuaron hasta 1856. dándole las noticias que le enviaba doña Mariquita: “Me dice que está bastante tranquila y sin temor ninguno ni de los amagos del cólera”. Poco después las noticias no eran las mejores y lo hacían desistir de viajar: “Pero por muy halagüeño que fuesen estos planes he renunciado completamente a ellos. Ese funesto cólera tiene la principal culpa, porque además de la guerra y las revoluciones que creo ni con mucho ha venido a tornar a la España bien poco habitable. He resuelto pues, renunciar por ahora a la Europa y esperar aquí algún tiempo la solución de estas dificultades”.
San Martín y la epidemia del cólera en París (II)
La situación era grave y dispuestos a paliar el mal se publicó en 1854 un folleto de 14 páginas titulado: “Instrucciones relativas al cólera morbo dirigidas por la Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz y su provincia a los habitantes de ella y adoptadas por la Comisión Facultativa de la Junta Provincial de Sanidad de la misma”.
En sus páginas, que parecen de avanzada, apuntaba: “Sobre lo primero que quiere la Academia llamar la atención del pueblo, es acerca de la necesidad en que está de convencerse de que el cólera es una enfermedad que hoy se combate por la ciencia médica muy ventajosamente. Todo aquel que guarde los preceptos higiénicos que vamos a aconsejar, todo el que no dé crédito a la ignorancia, charlatanería o mala fe, que recomiendan o específicos inútiles que hacen perder un tiempo precioso y descuidar el régimen apropiado, o maniobras imprudentes…, todo aquel, repetimos, que oiga la voz de la razón y de la experiencia que los profesores todos tienen ya de una epidemia estudiada en sus diferentes faces, se verá exento del mal, o si le ataca, cortará en su principio los funestos resultados”.
San Martín y las epidemias en la campaña libertadora (I)
Un excelente trabajo del historiador Diego Caro Cancela demuestra el feroz ataque del mal en Jerez, de acuerdo a los libros parroquiales: durante 1854 hubo 1.531 bautismos y 2.594 muertos, lo que nos da una diferencia de 1.063 en negativo del índice demográfico de ese año; los de 1856 y 1857 son también negativos en 212 y 381 individuos.
Valga comentar que Mariquita Tellechea de Pueyrredon llegó finalmente a Buenos Aires en 1854, sana y salva de los estragos de la epidemia; dada la posición social de la señora es muy factible que el folleto que comentamos haya llegado al Río de la Plata.
Epidemias en la historia porteña
Años después, preocupado por las epidemias Prilidiano le escribió a Alejandra Heredia: “Sería una tontera pudiendo vivir felices en este hermoso lugar, hasta ahora gracias a Dios, no ha habido pestes de ninguna… vivir en las viejas ciudades de Europa”.
Claro que no sabía la que se estaba incubando; en abril de 1856 se instaló en Buenos Aires el cuerpo municipal, con el discurso inaugural a cargo del gobernador Valentín Alsina. Prilidano era uno de los miembros de ese primer legislativo y a comienzos del año siguiente llegaron las primeras noticias de la aparición de la fiebre amarilla en la vecina ciudad de Montevideo, y se sancionaron medidas higiénicas como intimar a los propietarios a blanquear las viviendas y establecimientos públicos, ampliar el equipo destinado a la recolección de los residuos e imprimir un folleto, como se había hecho en Cádiz, para difundir las normas de prevención de la fiebre amarilla y realizar visitas -por no decir inspecciones- para controlar que los vecinos cumplieran con esas disposiciones. Como verá el señor presidente, la rebeldía a cumplir las normas sanitarias vienen de lejos…
Se crearon entonces comisiones por parroquias cuya función era ejercer ese control con tres médicos que asesoraban a los visitadores, pero como las normas seguían sin respetarse en muchos casos se nombraron “inspectores de manzana”, quienes debían controlar esa zona tan acotada y denunciar casos e irregularidades.
En marzo de 1858 se presentaron nuevos casos pero la epidemia se pudo controlar, aunque duró hasta fines de abril dejando un saldo de 300 muertos. Y hubo un nuevo amago en 1859, sin embargo pasarían casi diez años hasta la terrible epidemia de cólera de 1867 y la de fiebre amarilla de 1871, que trataremos en próximas entregas.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación
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