Rusia y los Derechos Humanos.- Vladimir Putin.- 04- 01-2021.-

"Negar las violaciones a los derechos civiles en Rusia es absurdo". Hinde Pomeraniec es una brillante cronista, que tiene la capacidad de convertir sus textos "en una foto", como le gusta decir. En su último libro, retrata con rigor y amenidad a la Rusia de Vladimir Putin. Un diálogo a fondo. Entrevista La Capital, Por Rubén Chababo.- Domingo 11 de Octubre de 2020.- Negar las violaciones a los derechos civiles en Rusia es absurdo Acaso haya pocos países como Rusia que condensen en su historia tantos imaginarios. Los años del zarismo, los de la Segunda Guerra, los de la experiencia comunista, la de su colapso en 1989 y, después, los de su singular reingreso al sistema democrático han inspirado la escritura de miles de páginas de ficción, de películas, de ensayos sociológicos y políticos. Rusia es un tema apasionante, sí, pero a la vez poco explorado en su versión contemporánea en lengua española y mucho menos, con mirada latinoamericana. Desde hace años Hinde Pomeraniec se dedica a explorar ese territorio. Y lo hace con una sagacidad y una capacidad de observación sorprendentes, llevadas a una escritura que la confirma como una de las mejores cronistas de nuestro tiempo. Hinde mira Rusia con un saber acuñado en los años de su infancia, cuando ese país era evocado como el puerto de salida de sus ancestros, evocaciones enriquecidas años más tarde por la lectura de los clásicos y la observación atenta del cine “del Este” europeo que se proyectaba en el legendario cine porteño Cosmos. En Rusos de Putin, Pomeraniec se adentra en el universo cultural, político e ideológico ruso contemporáneo para rebelarnos no solo lo que ve sino lo que piensa sobre ese imperio caído y otra vez reconstruido en el que la figura de Vladimir Putin emerge como un gran Omphalos ordenador. En una conversación sostenida por correos y llamadas telefónicas entre Buenos Aires y Rosario, Hinde Pomeraniec amplió para Cultura y Libros algunas de las ideas contenidas en un libro necesario para entender qué es Rusia y cómo se vive hoy en un país tensado, entre tantas otras líneas de fuerza, por la memoria de las guerras, el autoritarismo, la nostalgia del viejo orden político y la entrada salvaje a la economía de mercado. -Tu libro comienza con una evocación familiar de lo ruso en tu linaje. Me gustaría que me cuentes qué se respiraba de Rusia en tu familia, cuáles eran esas escenas, situaciones, relatos, que al evocarlos, años más tarde, te llevaron a interesarte en ese país, a viajar, a escribir tanto sobre él. -Mis abuelos habían llegado de Europa del Este e, independientemente de que hubieran nacido en un pueblo bielorruso o ucraniano, ellos se sentían rusos. Recuerdo que cuando uno les preguntaba de dónde eran, ellos respondían diciendo que eran rusos. Rusia era todo aquello que estaba en los alrededores de Rusia con lo cual para mí, mi origen familiar, es completamente ruso más allá de estos detalles de que tenga una bisabuela nacida en Odessa y otra en Ucrania. La idea de la madre Rusia estaba presente en ellos pese a ser judíos y haber sido perseguidos. De allí que sea comprensible que cualquier relato que tuviera que ver con Rusia y sus aledaños me fuera completamente familiar, algo que se complementaba con la ideología política de mi padre, cercana al Partido Comunista. Me crié en una casa repleta de publicaciones que hablaban de la Unión Soviética. El hecho de haber nacido en los años de la llamada Guerra Fría, con un padre comunista y un origen familiar muy ligado a Rusia, hizo que la idea de disponerme a trabajar sobre ese país fuera algo, podríamos decir, natural. -“Rusos de Putin” tiene diferentes tiempos, el libro va desde visitas que hiciste en el pasado a otras que tuvieron lugar hace pocos meses. Si tuvieras que contar qué fue lo que cambió entre tu primera visita y la última, ¿qué destacarías? ¿Qué fue aquello que te sorprendió la primera vez? ¿Qué es aquello que te sigue sorprendiendo? -Diría que lo que más me sorprendió es la hostilidad y la desconfianza ante el desconocido, algo que también es posible percibir en casi todos los países del Este europeo y de la vieja esfera comunista. Hay una fuerte desconfianza por el otro que se percibe sobre todo en la gente más grande. Y ahí está la diferencia con este presente. Yo siento que las nuevas generaciones, las que no cargan con los restos del homo sovieticus son diferentes, están más ligadas al afuera y entienden que el mundo es mucho más grande que el país en el que viven; les interesan cosas diferentes y además no sienten que le deban nada ni a Putin ni a la Unión Soviética. No se sienten aferrados, podríamos decir, a ninguna postal heroica. Tienen una idea de la libertad, a pesar de que no la experimentan directamente, y esto es gracias al contacto con los extranjeros que llegan como turistas y al uso de Internet. Hay que destacar que a medida que fue creciendo la figura de Putin se fue dando una apertura necesaria hacia el turismo, por los ingresos que éste aporta a la economía, un fenómeno estrechamente vinculado con el Mundial de fútbol de 2018. Podríamos decir que el Mundial fue semejante a una escuela para muchos rusos, porque tuvieron que aprender cómo atender a los visitantes, a entender que no debían ser hostiles y agresivos con ellos. Con el Mundial aprendieron también ciertas formas del comercio, algo que se tradujo en la aparición de cartelería escrita en otras lenguas como el chino y el inglés y, efectivamente, lo que noté es ese cambio, una predisposición a tratar al extranjero de un modo un poco más amable. -Cuando se escribe un libro, uno suele tener en mente la imagen del lector deseado para quien escribe esas páginas. ¿Te sucedió eso? ¿Tenías visualizado un tipo de lector cuando escribías tus encuentros con Rusia? -Yo siento que el tipo de lector para el que escribo es un lector que comparte mi sentido de la curiosidad y mis ganas de conocer cosas nuevas. Presto mucha atención a los más jóvenes. Me gusta seguir, por ejemplo, a esa generación que se formó en política internacional con “Visión 7 internacional”, el programa de televisión que hacíamos con Pedro Brieger y que tuvo la capacidad de democratizar la información de la escena global. Cuando escribo, me gusta llevar al lector allí donde voy. Una crónica de viaje que habla de lugares desconocidos tiene que ser capaz de trasladar al lector allí donde estás. Eso lo aprendí de mi viejo jefe Marcelo Cantelmi y es algo que trato de tener siempre en cuenta, es decir, imaginar, tratar de pensar en un lector que al leer pueda ver lo que estoy contando. Mi texto tiene que ser una foto, y eso es lo que trato de hacer con mis crónicas. Uno llega a países nuevos a través de diferentes saberes, y la literatura y el cine son, en buena medida, prodigiosas vías de ingreso que permiten conocer antes de llegar. -Me gustaría saber qué papel cumplieron esas lecturas, esas películas que seguramente frecuentaste en el pasado, mucho antes de imaginar que algún día viajarías a la tierra de Tolstoi o Sokúrov. -La literatura y el cine, junto a la cultura familiar, fueron fundamentales en mi acercamiento al tema. El cine polaco y ruso que miraba en mi adolescencia y que se proyectaba en el cine Cosmos, películas como Madre e hijo, La caída de un dios y El arca rusa, entre tantísimas otras de Sokúrov. Y por supuesto la lectura de los clásicos, las obras de Tolstoi, Dostoievsky y Chéjov. También la lectura sobre esos clásicos como El baile de Natasha, de Orlando Figes, que es una historia cultural de Rusia entre el siglo XIX y las vanguardias, fue muy importante para mí. Y los libros de Svetlana Alexievich y Masha Gessen. Y la poesía de Ana Ajmátova, claro. Algunos autores estuvieron antes, otros vinieron después. Y con mis viajes a Rusia, el universo de las artes plásticas contenido en las paredes de ese fabuloso museo que es el Hermitage también enriqueció mi mirada sobre esa cultura. -En tu libro, lo que se cuenta de Rusia te llega mediado a través de la traducción de tus intérpretes. ¿No sentís que el desconocimiento de la lengua rusa dejó irremediablemente cosas fuera, no oídas, que de haberlas entendido enunciadas en su lengua nativa, le hubieran dado un giro diferente a tu interpretación de lo que veías, de lo que sentías? El lenguaje de las sutilezas existe. Traté de hacer del defecto virtud, viendo de qué manera podía sacarle más el jugo a esta carencia. Nunca antes de comenzar mi escritura sobre Rusia había pensado o imaginado que iba a estar tantos años abocada a este tema. Y tampoco años atrás podía imaginar, ni yo ni nadie, que Putin iba a permanecer veinte años en el poder. Seguramente por no hablar la lengua se me han escapado muchas cosas o perdí posibilidades de entender otras, pero lo que siempre traté fue de mirar con ojos latinoamericanos todo lo que pasaba. Me parece que ahí puede reconocerse un rasgo diferencial de mi escritura. De hecho, creo que no hay crónicas similares escritas en lengua española. Quiero decir, que sean ambiciosas, de largo aliento. Y acaso eso se deba a que Rusia es un tema complicado y suele pasar que quienes conocen la lengua rusa no son precisamente periodistas o escritores y quienes podrían hacerlo, que son los periodistas que llevan años viviendo en Rusia, hasta el momento no lo han hecho. -En todas cada y una de las páginas de tu libro Vladimir Putin sobrevuela como una presencia omnipresente, como si no fuera posible pensar Rusia hoy sin esa figura política que pareciera dominarlo todo, que se erige como un gran Omphalos en torno al cual giran todos los acontecimientos y todos los sentidos de lo que allí ocurre, como si nada fuera posible de ser pensado por fuera de ese significante, de su presencia. -Sí, la figura de Putin es omnipresente, está en todo porque es quien les devolvió a los rusos el orgullo, porque encarna todo aquello que representa el poder ruso. Y lo hace con esa idea de la recuperación de la influencia geopolítica de Rusia, haciéndolo, claro, desde un capitalismo de amigos. Cuando escucho o leo que hay quienes identifican a Putin con la izquierda siento que no tienen ni idea de lo que están diciendo. Rusia es uno de los primeros países que reconocieron a la presidenta provisional de Bolivia, algo que debería dar una pauta de dónde están sus intereses. Putin tiene un pensamiento capitalista y pragmático, y en términos democráticos posee una idea de democracia que es difícil convalidar. Con Putin el Estado volvió a tener una preeminencia total como la tuvo durante los años del comunismo, con la gran diferencia de que hoy el Estado es Putin. Todo pasa por él. No hay persona que en estos veinte años se haya enriquecido sin que eso haya pasado por Putin, y así tantas otras cosas. En Rusia, hoy, todo pasa por él. -Durante más de 70 años del siglo veinte la Unión Soviética ofició de modelo para una parte importante de un pensamiento de izquierda que visualizaba lo que allí ocurría como una referencia insoslayable, a imitar. Las páginas de tu libro narran, de algún modo, el colapso de ese sueño, su ruina, transformado hoy en un régimen autocrático que reproduce, bajo una pátina “democrática”, prácticas y modelos de un pasado cargado de zonas oscuras. ¿Qué es aquello que a tu juicio impidió la posibilidad de que después de 1989 pudiera construirse una sociedad diferente, más apegada a la justicia y al derecho? ¿Qué dirías que le faltó a ese proceso transicional? -Mientras el sistema democrático cruje en todo el mundo, en Rusia sucede otra cosa, porque allí la democracia nunca llegó a encarnar como sistema. Para algunos hubo más democracia en los años de Boris Yeltsin que en estos en los que gobierna Putin, algo evidente, por ejemplo, en el campo de las libertades cívicas y en el comercio. Hay que recordar que los primeros años de gobierno de Putin coincidieron con los del alto precio de las commodities, lo que permitió, al igual que a muchos países latinoamericanos, un impulso para el crecimiento, sobre todo, de las capas medias. Y eso lo ayudó, y mucho, para ganar confianza y adhesión de una parte importante de la población. Y si nos detenemos en el sistema electoral, tampoco puede decirse que haya fraude en cada votación, lo que hay es un sistema que no permite que la alternancia en el poder sea posible. La oposición seria que podría ser una alternativa no logra presentarse a elecciones por diferentes trabas que hay en el sistema. Y no debiéramos olvidar la serie de asesinatos y envenenamientos que todos sospechan son ordenados desde el Kremlin. No hay pruebas concretas de que así sea, pero las sospechas son muchas. Y finalmente podría decir que en este momento no hay a la vista ninguna oposición que pueda terminar con la hegemonía de Putin. -Hay una cita de él al comienzo de tu libro que dice: “Quien no lamenta la desaparición de la Unión Soviética no tiene corazón, y quien quiere recrearla como era, no tiene cabeza”. Es cierto que el pasado no puede nunca ser recreado tal como fue, pero ¿qué es lo que entendés que para Putin habría que lamentar de su desaparición? -La estructura económica, la concepción ideológica han sido pulverizadas. Acaso el lamento esté puesto en la pérdida de una idea de nación, de orden o de supuesto “destino” que en aquellos años parecía imparable. La cultura rusa pasó de ser imperial a comunista, y durante siete décadas fue el foco de atención de gran parte del mundo en términos de ideas. Y cuando eso terminó, y entraron en la democracia, lo hicieron de una manera brutal, salvaje, que terminó dejando en la ruina a millones de rusos, salvo a los que se dieron cuenta de cómo venía la cosa y compraron a precio vil las empresas estatales. Entonces no es casual lo que ocurrió en términos económicos y políticos. Creo que nunca los rusos conocieron la libertad de expresión que sí experimentaron en los años de Yeltsin, pero también eso llegó de la mano de un empobrecimiento económico y de la pérdida del orgullo nacional. Entonces es difícil imaginar que pudieran ingresar a un sistema democrático como el que nosotros tenemos en mente. Y lo que Putin extraña de aquellos viejos tiempos es el lugar que Rusia tenía en el concierto de las naciones. Rusia nunca pudo recuperar ese espacio perdido, acaso lo que sí pudo lograr Putin es, como se dice, “estar en la foto”, pero nunca volver a ocupar ese lugar preeminente que alguna vez tuvo. -Uno lee en las páginas de tu libro a Londres como una Moscú extendida, una ciudad donde no solo se refugian los detractores políticos, donde estudian los hijos del poder, sino donde se derrama de manera obscena la riqueza acumulada en fortunas alcanzadas de manera espuria, surgidas al calor del cambio de régimen político. -Londres fue así, claramente, a mediados del 2000. Era el lugar donde estaban los amigos y los enemigos. Amigos como el magnate Abramovich que iban allí a vivir cosas que no podían vivir en Rusia, y enemigos como el empresario Boris Berezovsky que escapaban de Rusia. Sí, Londres era el lugar donde podía vivir Abramovich, a quien al mismo tiempo le otorgaban una gobernación en un Estado completamente aislado de la Federación rusa. Los ricos claramente se fueron a Londres, también muchos intelectuales. Y Londres se convirtió en la capital cool para los rusos. Hoy, cuando ya la Unión Soviética es, para muchos, parte de la nostalgia, imagen de un mundo desaparecido, y Rusia, un país poderoso que impone a sangre y fuego su voluntad sobre los países o repúblicas satélites, hay quienes insisten en salir en defensa del régimen ruso, algo que muy a menudo sucede n América latina, donde la crítica progresista en clave antiimperialista la excluye, como si el concepto imperialista fuera solo un atributo aplicable a los Estados Unidos. -¿Qué pensás acerca de esto, luego de escribir un libro donde abundan las narraciones sobre hechos cargados de voluntad imperial y donde no hay capítulo en el que no se narre una grave violación a los derechos humanos? -Los latinoamericanos tenemos nuestro propio imperio. Cuando decimos imperialismo miramos a Estados Unidos, pero al preguntarle a cualquier ciudadano de los países de la ex órbita soviética si Rusia es imperialista, ninguno lo dudaría. Muchos podrán o querrán ignorarlo, pero es así. Pienso en China: China y Rusia enfrentadas por diferentes concepciones progresistas a los Estados Unidos hacen que algunos digan que como son los enemigos de mi enemigo entonces son mis amigos, lo cual es un error. Lo que uno tiene que pensar es que China y Rusia tienen sus propios patios traseros. A nosotros nos tocó estar en el patio trasero de Estados Unidos, que por conveniencia comercial se hagan negocios con Rusia o China, está fuera de discusión. Ahora, ignorar las graves violaciones a los derechos civiles que ocurren en esos países o no reconocer sus aspiraciones imperiales es algo grave, es no querer ver, como se dice, “la foto completa”. A quien dude de esto sería bueno invitarlo a presenciar lo que ocurre en algunos juicios que involucran a chechenos, los ciudadanos “de segunda”. Eso bastaría para darse cuenta. Rusia ya no tiene hoy la preeminencia que tenía en el pasado, es cierto, pero todo es relacional. Habría que preguntarles a los ucranianos o a los georgianos si acaso Rusia no tiene preeminencia para ellos. Dicho esto, no creo que sea conveniente detenerse en Putin como el asesino que ordena matar a sus opositores ni quedarnos con la imagen de Rusia como país que nos salvará de las garras de los Estados Unidos. Hay que mirar todo con desconfianza. No creo que haya salvadores, porque no creo en la religión, y creer en la política como religión es un verdadero problema porque lleva al fanatismo y a la imposibilidad de analizar lo que sucede de manera clara y objetiva. Y además, nada de lo que ocurre en Rusia ocurre solo porque a Putin se le haya ocurrido. Cuando se promulga una ley que castiga a la comunidad GTLBI, eso sucede también porque hay una sociedad que aprueba ese tipo de medidas. Hay que decirlo: Putin está en el poder hace veinte años porque millones de rusos lo votan. ........................................ (TE PUEDE INTERESAR.- EXCENTRICIDAD Y REFINAMIENTO.-Un verdadero cartógrafo de la literatura).

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