Cervantes, la voz olvidada de su bella esposa. -09 - 08 - 2021.-

La voz olvidada de la bella esposa de Cervantes En un libro reciente, un especialista español trae de nuevo a la vida a una figura que yace en la sombra y feminiza de tal modo un tópico férreamente masculino. La Capital. Por Damián L. Sarro.-Domingo 08 de Agosto de 2021 José Manuel Lucía Megías (Ibiza, 1967) es un reconocido cervantista español, escritor y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, presidente de honor de la Asociación de Cervantistas y miembro del Instituto del Teatro de Madrid. En su persona se reúne la rigurosidad intelectual como académico de las humanidades con la sensibilidad estética de su pluma poética. Su reciente libro Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes (Huso, Madrid, 2020) tiene varias aristas para su lectura y, para ordenar la cuestión, es factible atender, en primer lugar, a la colección editorial a la que pertenece: Palabras Hilanderas, por lo que propone tomar un hilo conductor y comenzar el recorrido tejiendo sentidos, transformando interpretaciones y trazando caminos de lecturas con la conjunción de hebras e inferencias que remiten al término aludido. Por lo tanto, el texto se presenta como un telar polifónico e incompleto que invita a la continuación de sus tejidos y, tomando tal desafío, la lectura puede concebirse como agujas que harán su heterogénea y subjetiva labor según quien las maneje; en nuestro caso, proponemos el siguiente trabajo textual y veamos, pues, los nudos del telar que podremos desatar como claves de lectura: Como primer nudo se presenta la dedicatoria del trabajo (“A mis abuelas y a mi madre, que han compartido conmigo sus historias”), que connota una mirada hacia lo femenino no solo como presencia y remembranza, sino también como gestación de la misma narración, como raíz primigenia del relato –oral devenido en escritura– que desde la misma puerta de acceso ya indica una perspectiva de interpretación. Como segundo nudo, y a modo paratextual, aparece un prólogo a modo de carta que el mismo autor, Juan Manuel, le escribe a Catalina de Salazar y Palacios, viuda de Miguel de Cervantes, en febrero de 2021; en esta textura epistolar ya se explicita lo “injusta que ha sido la historia, el paso del tiempo contigo […] en este silencio que hemos ido tejiendo a tu alrededor a base de tópicos y lugares comunes” (p. 9); se insinúa una intencionalidad reparadora –justiciera– sobre la figura de Catalina y, por ende, se vislumbra de entrada una originalidad explícita en el tratamiento de temas cervantinos. Como tercer nudo, y desde el ámbito del género, el libro presenta un monólogo a modo teatral en cuya apertura se desarrolla una extensa didascalia que nos ubica en el interior de la casa madrileña de Catalina de Salazar; el valor de las didascalias –además de su significación teatral– implica la apertura y el cierre del libro, ya que así están distribuidas y se ajustan a la funcionalidad que tienen en las comedias del Siglo de Oro, resaltando así la estrecha vinculación entre el libro de Lucía Megías y el contexto literario del siglo XVII español. El sentido de este monólogo responde a la conceptualización que plantea el lingüista Émile Benveniste cuando alude a ese “lenguaje interior” que se produce entre un yo locutor y un yo receptor, por lo que estaríamos específicamente ante un “soliloquio”. Como cuarto nudo textual se señala la impronta que adquieren dos términos en la progresión de este relato: el recuerdo y la memoria. En la primera didascalia o acotación ya aparecen “sus recuerdos” y en la segunda –en el cierre del libro– la “memoria”, por ende, ambos conceptos se distribuyen a través de este soliloquio con una impronta de profunda nostalgia que acompaña la verbalización de Catalina. A modo de ejemplo, es ilustrativo saber que desde la página 9 hasta la 64 aparecen 59 alusiones a la palabra “recuerdo” y sus derivados verbales: recordar, recordamos, recordarías, recordarte, recordaste, recordarme, recordábamos, recordada, recordará, recordándote, recordándome, recordándonos, recordarles. Una lectura para desatar este cuarto nudo podría retomar la ya conocida etimología de “recordar”: re cordis, volver a pasar por el corazón, y es exactamente lo que Catalina realiza evocando sus días en la aburrida Esquivias (“Porque así me sentía yo en Esquivias: en una cárcel”, p. 34), su primer encuentro con Cervantes (“Me hice la encontradiza en el pasillo y me topé contigo […] Me gustó que acompañaras el gesto burlón con una sonrisa”, p. 37), sus conversaciones literarias (“Y ahora, viene con que ha terminado un libro de pastores [La Galatea] y que le van a estrenar comedias en los corrales”, p. 33), su casamiento y su libertad (“Aquel 12 de diciembre de 1584 […] cuando se celebraron nuestros desposorios en la iglesia de Santa María de Esquivias, bien puede decir que me sentí la mujer más feliz del mundo. La más libre”, pp. 41 y 42), y también pone en valor su cuerpo y su experiencia sexual (“Aquella noche descubrí mi cuerpo por primera vez […] era la primera de las mujeres de mi linaje que había explorado rincones semejantes […] reconocer mi cuerpo en tus caricias, sentir cómo mis manos eran capaces de hacerte estremecer”, pp. 48 y 49), entre otras cuestiones que va tejiendo esa voz senil, aunque lúcida. Como quinto y último nudo se desentraña la construcción y la valoración de esta voz femenina que clama por su espacio y por su identidad ante un mundo tapado de prejuicios y de conductas moralizantes desde la férrea cosmovisión masculina; una voz femenina que monopoliza discursivamente el territorio cervantino generando tópicos de interpretación desde su lugar –desde su más preclara e íntima feminidad–, y eso constituye un procedimiento estilístico digno de destacar. Tal como tomamos el hilo al comienzo, ahora lo cerramos escuchándola a ella, a Catalina: “Vivimos en la ilusión de que nuestros actos van tejiendo el tapiz de nuestras vidas, cuando en realidad vamos completando, de la mejor manera que podemos, el modelo que nos ha tocado al nacer” (p. 40). Por todo esto y más, el libro de Lucía Megías constituye un acto de justicia literaria hacia la mujer, y vayan mis aplausos. .........................................................

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