Patronos del Consulado de Buenos Aires. - 28-12-2019.-

2020, AÑO BELGRANIANO III

Patronos del Real Consulado de Buenos Aires (1794)

Dejamos a Manuel Belgrano en el incendio de la Plaza Mayor de España, en agosto de 1790 pero la singular coincidencia de celebrarse en estos días la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos hace avanzar un poco en su vida.

El Consulado de Buenos Aires celebró su primera sesión el 2 de junio de 1794 en la Sala del Cabildo de Buenos Aires. Más tarde se trasladaría a su sede en el solar donde se encuentra hoy la Casa Central del Banco de la Provincia de Buenos Aires en la calle San Martín, propiedad de don Gaspar de Santa Coloma. 

A ese edificio el propietario debió hacerle algunas reformas y en setiembre de 1794 se decidió aumentar treinta pesos al alquiler anual que se fijó en setecientos cincuenta. Concurrieron a la sesión inaugural José Blas de Gainza, Juan Esteban de Anchorena, Juan Antonio de Lezica, prior y cónsules; los conciliarios, síndicos y Manuel Belgrano como secretario del cuerpo.
 
Leída la Real Cédula de erección firmada el 30 de enero, todos agradecieron el beneficio otorgado ``y que por cuanto su deseo era el de cumplir las Reales Intenciones con la más puntual exactitud imploraban para su efecto la protección del Poder Divino por la intercesión de Nuestra Señora la Virgen María en su Purísima e Inmaculada Concepción, patrona de los Reynos España y las Indias, para que inspirando a su limitada insuficiencia lograsen en mejor acierto en la dirección u justificación de todas sus operaciones actuales y sucesivas...'' 
 
En esa misma sesión como último punto acordaron ``se celebrase una Misa solemne en acción de gracias, pidiendo por la salud de Sus Majestades y Altezas e implorando el auxilio del Todopoderoso para que nos ilumine, e inspire los mejores sentimientos a fin de cumplir exactamente nuestras obligaciones''.
 

COMERCIANTES

Ignoramos que pasó y si la protección de la Inmaculada no fue tan eficaz como pensaban los miembros del Consulado que eran reconocidos comerciantes, lo cierto poco después el patronazgo recayó en San Francisco Javier, un sacerdote misionero de la Compañía de Jesús, que en 1622 fue canonizado por el Papa Gregorio XV y llegó a los altares junto con San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Avila, San Isidro Labrador y San Felipe Neri. La fecha en que la iglesia celebra su fiesta es el 3 de diciembre, en recuerdo que ese día del año 1552 falleció en China donde se encontraba misionando.
 
En la sesión del 23 de febrero de 1796 dijeron ``que debiendo tener un Santo Patrono, de quien invocar sus auxilios en casos necesarios, nombraban por tal a San Francisco Javier, acordando que anualmente se le haga su fiesta en el Colegio de San Carlos, el domingo siguiente a las elecciones de oficios consulares, con la precisa limitación de que su costo no ha de exceder de cien pesos, comisionando perpetuamente para la expresada función a los Señores Prior y Cónsules; y que de dicho nombramiento se de cuenta a Su Majestad, para que sobre ella recaiga su Real Aprobación, si fuese de su Real Agrado''.
 
Ese mismo año en enero hicieron la celebración, y el portero del Consulado don Antonio López en la sesión del 28 de junio de ese año, informó haber gastado 127 pesos y 6 reales, se les había ido la mano en honrar a San Francisco Javier en un 25% más de lo previsto en el presupuesto.
 
De la siguiente fiesta tenemos noticia en la sesión del 27 de junio de 1798 se aprobaron los gastos con motivo de la celebración ``de la función del Santo Patrono de este Consulado''. En total 121 pesos, 2 reales y un cuarto, que se utilizaron para abonar al predicador, al doctor Arroyo que se hizo cargos de los diáconos, acólitos y demás utensilios para la misa, cantores y músicos, arreglo del templo, consumo de velas, y pago al negro y mulato que ayudaron en las tareas de la iglesia, además de unos peones. Los rubros más caros fueron sumados los músicos y cantores, el sacerdote que predicó el sermón, los arreglos en el templo y los peones. El nombrado doctor Arroyo era el párroco de la iglesia Catedral.
 
En 1799 como seguía la misma tradición se celebró la misma festividad en honor de San Francisco Javier al mismo valor, incluso se pagó un real menos. 
 
La rendición de cuentas nos ofrece algunos detalles de la vida cotidiana, por ejemplo que el orador sagrado fue el doctor Molina, quizás se trate del salteño José Agustín Molina entonces recién ordenado sacerdote y de larga y reconocida trayectoria. También el cura Arroyo párroco de la Catedral se encargó de la organización y el canto estuvo a cargo de los padres Betlemitas o Barbones que estaban a cargo del Hospital. Una mujer doña Francisca Solá fue la encargada de arreglar el altar y cobró 25 pesos; aparecen también los peones de transportaron en carretillas escaños y alfombras, y hasta los 27 reales a los que repicaron las campanas.
También las fundaciones del Consulado tuvieron su patrono entre ellos la Escuela de Náutica, Belgrano en el último artículo del Reglamento apuntó: ``Como los estudios humanos son nada, sin los auspicios de la Divinidad el Consulado ha puesto por medianero para alcanzar aquellos en favor de este establecimiento a San Pedro González Telmo, y lo ha nombrado por su Patrono; en consecuencia quiere que en el día de este Santo que se celebra misa solemne en el convento de los Religiosos Dominicos, concurran los maestros primero, y segundo con todos los discípulos a oírla, con toda la decencia posible, y verdadera devoción, para que recaigan las bendiciones del Señor, en este útil establecimiento, dirigido en beneficio universal del Estado''. Coautores del Reglamento con Belgrano fueron Martín de Alzaga, Manuel de Arana y Francisco Castañón.
Con un tono zumbón Nicolás Besio Moreno interpreta de forma risueña este artículo, propio de las costumbres de la época, le niega cualquier beneficio celestial al Patrono, y afirma que al poco tiempo buscaron uno más cercano y nombraron al intendente don Domingo Reynoso. Pero lo cierto es que Belgrano jamás se apartó de esas costumbres piadosas que había adquirido desde sus más tierna edad 

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