El maltrato y el hambre. de Nietzche a Juanito Laguna.-04-10-2020.-

Envío de Enzo Frati. El Maltrato y el hambre. De Nietzche a Juanito Laguna. “En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora. Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo. Y ése es el Nietzsche al que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo.” Absorto y fascinado con esta página de Milan Kundera, mi lectura se vio interrumpida por la presencia de un intruso. Una imagen habitual, una más de tantas. Él no sabe que, en esta especie de eterno retorno, su vida es la de Hurbinek o la de Juanito Laguna. No los conoce. No tiene por qué. Me pregunto si no seremos todos, un poco, Nietzsche. No por la genialidad de su obra y su pensamiento sino por la locura… ¿Acaso no hemos roto también nosotros con la humanidad? Vivimos en una sociedad que se compadece del caballo que tira de un carro y no de quien va arriba de ese carro. Hace poco, uno de nuestros legisladores, comunicaba al pueblo en medio aplausos y elogios, que había presentado un proyecto para prohibir en Santa Fe la tracción a sangre. Maravilloso. En buena hora. Y está bien que así sea. ¡Pobre caballo! Juanito no sufre la violencia del látigo, sólo sufre la violencia del hambre, de escuchar una y otra vez la palabra “no”, de tener que laburar en vez de jugar, de no ir a la escuela, de carecer de lo necesario, de la marginación y los prejuicios, de conformarse con la basura de otros. No se compara. ¡Pobre caballo! Juanito no carga un peso agotador, más allá de sus fuerzas, no tiene que arrastrar un carro. Tan sólo lleva una bolsa con pañuelitos descartables, tan descartables como él, pero más útiles. Porque Juanito sólo estorba. No me van a decir que se le va a encorvar la espalda por llevar esos pañuelitos. Que se le encorve por el peso de la vida es otra cosa. Pero ¿a quién no le pasa? ¡Pobre caballo! Juanito, al fin y al cabo, no tiene tracción a sangre (habría que ver si tiene sangre; alguna vez los teólogos se preguntaron si los aborígenes tenían alma). Juanito no tiene una protectora que lo defienda. No tiene derechos, aunque se hagan actos y una vez al año se proclamen los famosos derechos del niño. Juanito no tiene futuro, basta con mirarlo a los ojos. Juanito vive una existencia de mierda. Pero tampoco es tan importante la vida de Juanito como para andar presentando proyectos. Y menos cuando su incómoda presencia es la responsable de que se me enfríe el café. ¡Pobre caballo! Él sí que no me molesta. Enzo, 3 de octubre de 2016

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