Un trabajo artesanal con los niños de las Bandurias.-03-10-2020.

Un trabajo artesanal para que los chicos y las chicas no bajen los brazosLa experiencia de sostener el vínculo pedagógico en la escuela secundaria de Las Bandurrias. La Capital. Matías Loja.-Sábado 01 de Agosto de 2020.- La primera sensación que a la docente Jorgelina Viale le viene del inicio de la pandemia es de incertidumbre, tener que hacer frente a una situación imprevista. Jorgelina es vicedirectora del Anexo de Educación Secundaria Orientada Nº 1.403 Emilio Ortiz que funciona en Las Bandurrias, un pueblito de 300 habitantes ubicado a unos 114 kilómetros al noroeste de Rosario. Desde ese domingo de marzo cuando se anunció la suspensión de clases presenciales, la escuela y sus docentes se dieron a la tarea de buscar las mil maneras que tenían a mano —o inventar otras— para estar cerca de sus alumnas y alumnos. Sostener el vínculo pedagógico y también decirles a esos hijos del campo de la Santa Fe profunda, que no estaban solos. “Me tengo que sacar el sombrero con el grupo de docentes, porque si bien no sabíamos cómo abordar esta situación actuamos rápidamente. Ellos tienen un gran sentido de pertenencia con la escuela”, dice Jorgelina, quien está en la institución desde que se creó hace casi once años, como anexo de una escuela sede de localidad de Casas, a unos diez kilómetros de Las Bandurrias. El desafío inicial fue avanzar en una educación no presencial con chicos y chicas de hogares donde no hay conexión a internet, o con un sólo teléfono celular para todo el grupo familiar. Al principio los docentes hiceron cinco grupos de WhatsApp, uno por cada curso de primero a quinto. Son poquitos alumnos, 52 en total. Pero el pulso de la realidad les marcó que no todos tenían un dispositivo tecnológico propio para seguir las clases. “Si había un solo celular en la familia hablamos con ellos para ver si podían usar ese, el de una tía o una abuela. Y a los chicos que no tenían ningún medio, o eran cinco hermanos con un solo dispositivo, les prestamos algunas netbooks de la escuela del programa Conectar Igualdad”, cuenta la directiva. Un trabajo personalizado familia por familia para que nadie se quede afuera del vínculo con la escuela. El sueño del edificio propio El Anexo de Educación Secundaria Orientada Nº 1.403 funciona por la mañana, desde su creación en 2009, en el edificio de la primaria Nº 6.026 El Chaco. Está a la vera de la ruta 34 y con la anterior gestión provincial comenzó a construirse en un terreno lindero un inmueble propio para la secundaria. Ya hay tres aulas terminadas que este año pudieron utilizarse, aunque aún faltan terminar obras en otra ala donde estarán otras dos aulas, la dirección, un SUM y el comedor, ya que la escuela da desayuno y almuerzo para sus alumnos. Algunos de los alumnos y alumnas son de Las Bandurrias, pero otros son de campos y localidades vecinas. Casi la mitad son de Cañada Rosquín y nadie del personal docente vive en el pueblo de la escuela. La mayoría de los alumnos son hijos de jornaleros o changarines del campo, de plantaciones de soja, trigo, alfalfa o maíz. También de la ganadería. Algunos trabajan en una ladrillera y otros en una chanchería de la zona. Otros van y vienen, por el carácter migratorio del trabajo de sus padres. Jorgelina Viale vive en Centeno, a 16 kilómetros al sur de Las Bandurrias y cada quince días va a la escuela para la entrega de los bolsones de alimentos, una actividad coordinada por la directora de la primaria. Junto con la comida, en más de una ocasión entregan actividades escolares impresas para aquellos chicos sin conectividad: “Tomamos muchos caminos, cada docente adoptó el que le era más útil y cómodo para cada chico. Por WhatsApp o Zoom en algunos casos. Y los que no podían por esos medios buscábamos la forma de que no se queden afuera, porque algunos directamente se niegan a este sistema, entonces les imprimimos los trabajos y se los alcanzamos. Son muchas puertas las que abrimos para ver de qué manera establecer el vínculo y ayudarlos a seguir”. Lo que más extraña la docente es la presencia física, estar con los alumnos y poder establecer un vínculo cara a cara con ellos. “Verles los gestos en la cara, caminar juntos, cuidarlos en los recreos y que me pidan algo, todo eso se extraña”. Una respuesta personalizada Luciana Gregorio es secretaria de la escuela sede de Casas, vive en Cañada Rosquín y es docente en Las Bandurrias, donde es facilitadora de la convivencia (tutora) de los dos primeros años y profesora de sistemas de información contable en cuarto y quinto. También en más de una ocasión le tocó repartir cuadernillos y fotocopias junto a los bolsones de alimentos para los chicos de la escuela que viven en este pueblo. Hacer esa tarea de hormiga de estar cerca de aquellos que querían bajar los brazos. Porque en algunos casos también se encontraron con familias cuyos padres no están alfabetizados. O sí, pero que pueden acompañar hasta cierto punto a sus hijos en las tareas de la escuela. “En el transcurso de este tiempo veíamos que había muchos que querían bajar los brazos: les costaba. pero tratamos que no lo hagan, por eso íbamos hasta a su casa, para apuntalarlos”, cuenta. “Cañada Rosquín —agrega— es un pueblito de 5 mil habitantes, nos conocemos casi todos y una docente más o menos sabe cómo es la familia, qué es lo que necesita”. De este tiempo de clases no presenciales, ambas docentes guardan decenas de anécdotas: desde chicos que pedían disculpas porque trabajaban en el campo y recién se podían conectar de noche con sus profesores hasta los que que grababan videos para mostrar cómo habían podido hacer una huerta. La mayoría de los alumnos son hijos de jornaleros o changarines del campo, de plantaciones de soja, trigo, alfalfa y maíz" Sostienen que este tiempo para las y los docentes de la escuela también fue de un aprender diario, de prueba y error. Y si algo no servía para algunos se inventaba la manera de llegar a ellos de otra forma. También un tiempo de lidiar con aquellos que se negaban a seguir las clases de esta manera y que pedían volver al aula. O aquellos que que tuvieron que salir a trabajar porque con la pandemia ya no ingresa el mismo dinero que antes a sus familias. En estos cuatro meses de educación no presencial el vínculo de la escuela con sus alumnos fue mutando. “Hubo tiempos que subía pero en otros iba decayendo —cuenta Jorgelina Viale—, porque los chicos se bloqueaban o no contestaban. Pero estábamos siempre con el teléfono a mano, con llamadas y mensajitos. Y al que bajaba los brazos la idea era tratar de activarlo en un trabajo personalizado y casi artesanal, para que sepan que no están solos y que alguien de nosotros los iba a ayudar”.

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