De héroes a apestados, Acosan a los médicos.- 23 - 04 - 2020.-

  Médiicos y  enfermeras  l llorando  en  homenaje   a   una   enfermera   que  murió  por  coronavirus.  llo rando  en e l   h omenaje   a   una   colega   que murió   por   el   coronavirus.    [Foto: Manu Fernández]

Rincón de la Psicología.Jenifer Delgado Suárez.- 23 - 04 - 2020.
(Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres).

De Héroes a apestados. Una sociedad que acosa a sus médicos no los merece
¡Si se confirma un caso en el edificio, usted será responsable!” Es el mensaje que Mina, una enfermera de Dourdan, en Francia, que trabaja en primera línea con pacientes del Covid-19, encontró en el parabrisas de su coche. Estaba firmado a nombre de “el barrio”. La tensión acumulada le pudo y se echó a llorar allí mismo, según reporta Le Parisien.
En El Poblenou de Barcelona fueron menos “diplomáticos”. A una ginecóloga le pintaron directamente en el coche las palabras “rata contagiosa”, para que no tuviera lugar a dudas de que no era bienvenida en el edificio. Silvina se quedó en estado de shock ante aquella burda y tremenda humillación, según cuenta El Mundo.
El coche de la enfermera acosada, escribieron en la puerta de su coche.
Sus casos no son aislados. En el Hospital Lariboisière, al norte de París, han tenido que contratar guardaespaldas para escoltar el personal sanitario hasta sus coches o la entrada del metro debido a que están sufriendo ataques físicos, según reportó L’Express.
De repente, los héroes que una parte del país aplaude con efusividad desde sus balcones reconociéndoles su difícil labor también se han convertido en los “apestados” que pocos quieren tener a su lado y que, a ser posible, les gustaría marcar con una letra escarlata en la frente.
Y eso no puede sino generar una vergüenza ajena colosal. Una rabia también colosal. Y al final, una desolación tremenda.

Cuando lo impensable cobra forma

El coronavirus nos ha tomado por sorpresa. Ha vuelto del revés nuestro mundo. Ha metido nuestras emociones en una batidora y nos las ha devuelto entremezcladas y confusas. A las oleadas de miedo y pánico se le suman ondas de esperanza y fuerza seguidas por fases de tristeza y desazón.
Sin embargo, no hay ninguna razón, ni excusa ni pretexto posible para atacar a quienes nos protegen, nos salvan la vida – arriesgando la propia – o se exponen cada día para asegurarnos los servicios mínimos que necesitamos.
El miedo, en ninguna de sus formas, es pretexto suficiente para esos ataques. La ausencia de empatía, el egoísmo abismal y la ignorancia, sí. Porque, como escribiera Albert Camus, “la estupidez insiste siempre”. Y se muestra reacia a escuchar razones ya que su estandarte siempre ha sido la irreflexión.
Hannah Arendt, una filósofa que tuvo que huir de la Alemania nazi, conocía de cerca este fenómeno llevado a su máxima expresión. Nos alertó de que “la mayoría no eran ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y terroríficamente normales”. Lo que los condujo a convertirse en criminales fue “únicamente la pura y simple irreflexión. Una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar”.
El aviso de Arendt cayó en saco roto porque sus palabras eran mucho más aterradoras que las propias atrocidades que cometieron los nazis ya que nos enfrenta a una terrible verdad: la incapacidad para detenerse a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones o para ponernos en el lugar del otro es lo que puede arrebatarnos nuestra humanidad y hacer que cometamos acciones deleznables.
Es la tendencia a seguir consignas sin reflexionar, como colocar en la puerta de casa un cartel con arcoíris sonrientes y el mensaje #quédateencasa mientras pides – tranquila, innecesaria e inconscientemente – la pizza a un repartidor a domicilio.
Es la tendencia a seguir creyendo que somos el ombligo del mundo y que el resto de los mortales deben amoldarse a nuestras necesidades. A querer aferrarnos a una seguridad que no existe. Y enfadarnos, cual niños pequeños, con aquel que nos recuerda que somos vulnerables, que la enfermedad y la muerte pueden estar a la vuelta de la esquina.
Es la tendencia a buscar culpables que se puedan palpar, oír y, a ser posible, también atacar – si llega el momento. Es la tendencia a escurrirnos por la “corteza de la civilización”, como la describiera el periodista Timothy Garton, ante la menor sacudida social. Perdiendo no solo los puntos cardinales que rigen las relaciones sociales sino también los valores que distinguen a la humanidad.

El rechazo que más duele

Por supuesto, las pintadas, los carteles y las amenazas de desahucio por temor al contagio se consideran delitos de odio. Y como tal, son susceptibles de ser denunciados, reprobados, perseguidos y castigados. Pero lo más terrible para quienes sufren este tipo de acoso es que aquello que hasta hace unos días era impensable e incomprensible ha tomado forma y en algunos lugares amenaza con normalizarse.
Lo terrible es que esas personas que están arriesgando su propia vida, la mayoría no por un sueldo sino por conciencia y responsabilidad, han sido heridas en el momento en que son más vulnerables. Esas personas han sido relegadas, apartadas y rechazadas por quienes hasta hace poco formaban parte de sus círculos de confianza. Han sido rechazadas por hacer su deber. Por ayudar. Por salvar vidas.
Y eso genera primero un desconcierto enorme y después una ira infinita. Genera tristeza. Hace que quieras tirar la toalla. Hace que te preguntes por quién estás luchando exactamente . Y, sobre todo, si vale la pena todo ese sacrificio.
Porque el personal sanitario no está compuesto por héroes con una coraza a prueba de balas. Está compuesto por personas que realizan actos heroicos. Pero esas personas también sufren por las humillaciones y el desprecio. Porque ahora mismo son extremadamente vulnerables psicológicamente.
Por eso, es importante que todas esas personas se sientan arropadas por la otra parte de la sociedad. Esa parte que, aunque también tiene miedo, sabe guardárselo para apoyar al más débil. Que también está cansada, pero saca fuerzas para regalar una sonrisa. Que aunque vive en la incertidumbre, como todos, sabe transmitir seguridad. Esa parte que piensa. Que valora. Que no se adhiere a eslóganes de vida corta, sino que busca la manera de aportar su granito de arena.
Y el granito de arena que nos corresponde aportar en este momento consiste en apoyar a todos los que nos están apoyando. De manera incondicional. Hacer una barrera contra la ignorancia. Ponerle la zancadilla al egoísmo. Y alimentar la empatía.
Porque si algo nos ha enseñado esta crisis es que un virus puede ser temible, pero las reacciones humanas pueden marcar la diferencia. Y de esta situación, como escribiera Juan Rulfo, “nos salvamos juntos o nos hundimos separados”. Por si alguien no lo ha entendido.
4.7 (94

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