Te cuento las cuarenta. La elegancia y la pandemia. -18-04-2020.-

Roberto César Frenquelli
Los varones y la elegancia en tiempos de pandemia. Una observación prometedora.
Con el correr de los tiempos, sobre todo en estos últimos cuarenta años, se ha venido pronunciando una desinvestodura, bien concreta, en las costumbres relativas a los ropajes y toda la elegancia en general. Cayeron las corbatas, los sacos, los zapatos de estilo, los cinturones al tono, los portafolios, los sobretodos, incluso los abnegados y siempre generosamente útiles pilotos y paraguas. No hablemos de los pañuelos, los alfileres de corbata, relojes de oro, billeteras de cuero, gemelos, sombreros, trabas de corbatas y tantos otros adminículos. Me estoy refiriendo básicamente a los varones. No quiero hablar de las mujeres pues ellas siempre sabrán cómo arreglárselas para arreglarse. Son bellas por si mismas.
Nosotros en cambio no gozamos de esa virtud que nos ampare. Hemos dejado aquella fineza que lideraban vidrieras como las de Juven’s, Oxford, Guante, las casas de camisas de vestir (como aquella tan famosa de calle Paraguay) y algunas otras. Menciono estos lugares, líderes en su momento, en la plena conciencia de que aquellos gustos también tenían su vigencia en todos los barrios y diferentes estamentos socio económicos.
Los varones tuvimos que virar a los jeans, las remeras, camisas, sweaters y alguna que otra camperita. Nada más injusto. Tanto, que un casamiento, de esos que caen a las perdidas, resultan una desgracia. Terminan siendo un desafío hay que salir de raje a “comprarnos algo”. Claro que hay ofertas especiales, posiblemente aprovechadas por esos eternos esclavos de la formalidad obtusa, los visitadores médicos, los empleados de casas mortuorias, los graduados y, por poco tiempo más, los abogados. Ellos sí se trajean. El resto, no lo dude, somos unos crotos. No está nada bien.
Y ahora es el momento donde puedo ingresar al tema les he propuesto. Lo advertí esta mañana, sin dudas. Tuve una verdadera iluminación. Mi observacion es firme. No tanto por el “número de casos”. Sino por las características básicas del fenómeno. Igual que en el tema de la enfermedad de Parkinson. O de la Angina de Pecho. Que fueron entendidas con pocas observaciones, todas tan justas, coherentes y firmemente eslabonadas. No hizo falta tener una “n” de cuatro cifras para ponerle la firma a la descripción (cómo sostienen algunos constipados metodólogos).
Vean, el varón con barbijo, a él me refiero, es una cosa grande. No lo duden. Camina erguido, intentando sacar un porte deportivo, con lustre especial. Mira sobre el borde superior de su nuevo ropaje, ligeramente de reojo, suspira solemne y parsimonioso. Concluyente, circunspecto. Observa su entorno, controla mientras mide a los otros. Es casi un gran hombre, consciente de sus preocupaciones ciudadanas, un líder de la responsabilidad. Habla poco, pero con firmeza y serenidad, es lo encarnación de la racionalidad. Varonil en serio, nada de machismo y esas cosas deleznables. Hemos vuelto los señores. Ojalá se mantenga esta tendencia. A ver si recuperamos un poco los viejos valores. Habíamos caído tanto, que ya parecíamos desbarrancados para siempre. Los invito a observarlos, a observarnos. Mírelos en las colas de la pescadería, en el kiosco, donde sea. Confirmará todo esto. Si bien es algo que no está definitivamente consolidado. Pero tenemos buenas señales. Al fin entiendo aquello que se repite tanto, que “la pandemia nos hará distintos, saldremos distintos”. Creo que el barbijo se impondrá como prenda de vestir. Nos hará más interesantes. Recuperaremos el donaire que nunca debimos abandonar.

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