Síndrome de Procusto,envidia, recelo mezquindad.-10-04-2020-


Leí en Twitter una frase sobre el llamado síndrome de Procusto, un mito griego, un ser vulgar y monstruoso, posadero del camino, que acogía a sus huéspedes en su cama y los obligaba a que cupieran en ella como fuera: a los que eran más grandes les cortaba los miembros, a los que eran más pequeños los estiraba a la fuerza hasta descuartizarlos.En fin: durante décadas, la figura de Procusto y su cama sirvió para que los sicólogos y los sociólogos, y aun algunos físicos, ejemplificaran con ella la conformidad o la resignación ante un hecho dado: la forma en que una persona se adapta a las circunstancias sin pretender cambiarlas jamás, por ejemplo.
Desde hace algunos años, sin embargo, se habla del síndrome de Procusto para referirse a quienes se ensañan con aquello que sobresale: lo que es más grande y mejor, lo que es excelente. Es una especie de nombre culto y rebuscado, este del síndrome de Procusto, para uno de los rasgos más antiguos, constantes, persistentes y universales de la especie humana: la envidia, el recelo, la mezquindad.
La costumbre de despreciar aquello que es excepcional y brillante, aquello que no merece el desprecio sino la admiración, el aplauso, la gratitud. Pero los espíritus pequeños y mezquinos, los más mediocres y opacos, justo por serlo, se dan cuenta muy pronto de las virtudes de los otros y en vez de celebrarlas las tratan de hundir y neutralizar, las desprestigian, intrigan contra ellas, cruzan los dedos para invocar su mala suerte.
Ese es el triunfo de los envidiosos y los mediocres, ese es el único talento que saben y pueden cultivar: el del fracaso ajeno, el de la caída de quienes vuelan más alto. Por eso, cuando se nubla la buena estrella de un talentoso, cuando su suerte parece contrariada y rota, el enfermo del síndrome de Procusto sonríe y se alegra: su rictus lo delata, la satisfacción del deber cumplido.
Pasa en todos los ámbitos: en el arte y la literatura y la música, en la ciencia, en la política, en la vida laboral, en el colegio. Pasa en el fútbol: hay que ver las patadas que algunos le dan a Messi, por ejemplo: ahí está, en todo su amargo esplendor, el síndrome de Procusto: la brutalidad de quienes tratan de cerrarle el camino, como sea, al genio. Ese es el destino de muchos troncos, dar leña; el fuego, la luz, los ponen otros.
¿Hay alguna cura contra este mal, algún antídoto contra este funesto síndrome? Por desgracia no, aún no. Aunque el mito de Procusto tiene un final feliz, cuando un día llega a su casa el héroe Teseo. Y en vez de quedarse él en la famosa cama, acuesta allí a su dueño y lo mete a la fuerza. Lo vence, lo mata.
Siempre llega el héroe a poner al mediocre en su lugar. Basta ver a Messi.

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