La peste en el Martín Fierro. -12 - 04 - 2020 .-

 

De la peste en el Martín Fierro.

La Gaceta Mercantil. -12 - 04 - 2020..- A propósito del coronavirus.
- Por Roberto L. Elissalde *

El poeta nacional cuenta en su obra del martirio en el campo cuando la epidemia se enseño
rea de indios y cristianos, sin distinción. La primera parte del Martín Fierro finaliza
 cuando, junto con el sargento Cruz, que se puso de su lado cuando la partida 
fue a aprehenderlo porque “no consiente / que se cometa el delito / de matar ansí a
 un valiente”, después de contarse sus historias, incluidas sus desdichas conyugales
 y las muertes en su haber, parten al desierto.
Duraron dos años y salvaron la vida porque los tenían como rehenes para canjearlos en caso de la llegada del Ejército para llevarse algunos de los indios. El arribo de la viruela negra es descrita por Hernández -sin duda profundo conocedor de la idiosincrasia y las costumbres de los indios- del siguiente modo: “Al sentir tal mortandá/ Los indios, desesperaos/ gritaban alborotados:/ "!Cristiano echando gualicho!"/ No quedó en los toldos bicho/ Que no salió redotao”.

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De inmediato, buscando un cristiano culpable, encontraron a un adolescente cautivo que añoraba su tierra para ofrecerlo como sacrificio. “Había un gringuito cautivo / Que siempre hablaba del barco, / Y lo augaron en un charco / Por causante de la peste; / Tenía los ojos celestes / Como potrillo zarco”.
La ofrenda con su muerte fue dada por una anciana, seguramente con años entre los infieles: “Que le dieran esa muerte / Dispuso una china vieja, / Y aunque se aflije y se queja, / Es inútil que resista: / Ponía el infeliz la vista / Como la pone la oveja” .

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Las formas de curar y las medicinas eran manejados como en la Edad Media por las “brujas”, de acuerdo a Hernández: “Sus remedios son secretos, / Los tienen las adivinan; / No los conocen las chinas / Sino alguna ya muy vieja, / Y es la que lo aconseja / Con mil embustes, la indina”.
De allí en adelante en varias sextinas continúa el relato, en primer lugar describiendo al enfermo y con los terribles métodos practicados para curar a los indios atacados por la enfermedad: “Allí soporta el paciente / las terribles curaciones, / pues a golpes y estrujones / son los remedios aquellos: / los agarran de los cabellos / y le arrancan los mechones. -/- Les hacen mil herejías / que el presenciarlas da horror; / brama el indio de dolor / por los tormentos que pasa, / Y untándolo todo de grasa /  lo ponen a hervir al sol”.

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Entonces consideraban el untar con grasa de potro una forma de curación. Prosigue el poeta nacional: “Y puesto allí boca arriba, /  Alrededor le hacen fuego; / Una china viene luego / Y al oído le da de gritos; / Hay algunos tan malditos / Que sanan con este juego. -/- A otros les cuecen la boca / Aunque de dolores cruja; / Lo agarran allí y lo estrujan, / Labios le queman y diente / Con un güevo bien caliente / De alguna gallina bruja. - /-  Conoce el indio el peligro / Y pierde toda esperanza; / Si a escapárseles alcanza / Dispara como la liebre; / Le da delirios la fiebre, / Y ya le cáin con la lanza”. Como se ve, lanceaban al que huía o estaba grave.
El autor hace una observación sobre el motivo de esas epidemias en la mentalidad de Fierro: “Esas fiebres son terribles, / Y aunque de esto no disputo / Ni de saber me reputo, / "Será", decíamos nosotros, /  "De tanta carne de potro / Como comen esos brutos".

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Un indio que los había ayudado cayó enfermo y Fierro y Cruz, con gratitud, lo cuidaron, evitando lo lancearan sus compañeros. El segundo cayó enfermo y Fierro dice: “El recuerdo me atormenta; / Se renueva mi pesar; / Me dan ganas de llorar; / Nada a mis penas igualo; / Cruz también cayó muy malo / Ya para no levantar. -/- Todos pueden figurarse / Cuánto tuve que sufrir; / Yo no hacía sino gemir, / Y aumentaba mi aflicción / No saber una oración / Pa ayudarlo a bien morir”.
No sabía Fierro una oración, pero sin embargo permanentemente invoca la protección divina. Cruz le recomienda un hijo y también le encomienda su alma al Altísimo. En los últimos momentos...“Lo apretaba contra el pecho, / Dominao por el dolor; / Era su pena mayor / El morir allá entre infieles / Sufriendo dolores crueles / Entregó su alma al Criador.-/- De rodillas a su lado / Yo lo encomendé a Jesús. / Faltó a mis ojos la luz, / Tuve un terrible desmayo; / Caí como herido 'el rayo / Cuando lo vi muerto a Cruz”.

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Estos versos sirven a guisa de lápida: “Aquel bravo compañero / En mis brazos espiró; / Hombre que tanto sirvió, / Varón que fue tan prudente, / Por humano y por valiente / en el desierto murió”. Digno epitafio que nos recuerdo al de Jorge Manrique que sin duda Hernández debió conocer.
Finalmente vale recordar el comienzo del canto 296 de la primera parte del Martín Fierro, que dice: “Hagámosle cara fiera,  A los males, compañero…”. Fue publicado el 23 de febrero de 1942 en The Times, de Londres, en una nota que apelaba a los sacrificios y peligros que en medio de la guerra debía hacer el pueblo británico, como estímulo ejemplar a su pueblo.

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En este momento podemos repetir: “De ese modo nos hallamos / Empeñaos en la partida; / No hay que darla por perdida / Por dura que sea la suerte, / Ni que pensar en la muerte, / Sino en soportar la vida”.

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