Pájaros libres de Fisherton. Te cuento las cuarenta. -25-05-2020.-

Comparto breve texto que escribí para la página del barrio donde crecí .
>> PÁJAROS - p/B. Fisherton
Parafraseando a Cortázar, ahora escribo pájaros.
Mi mano se desliza por la hoja con ímpetu arrasador, con un ritmo y un ansia diferentes, como si tuviese voluntad propia, como si una fuerza previa y ajena a mí la moviera.
Y escribo pájaros. No dejo de escribir pájaros.
La mano se desliza y traza el trazo a su antojo. Mis ojos, el resto de mi cuerpo, quedan reducidos al pétreo rol del espectador.
Escribo entonces un soberano, un magnífico benteveo picoteando en la gramilla de la vieja casa de Olmos y Brassey.
Escribo o escribe la mano un hornero construyendo con abnegación y maestría su nido de barro: la arquitectura sublime de la esperanza.
El camino azul de la tinta y su huella me revelan también palomas: palomas grandes, muy grandes, de variados colores, blancas, azules, tornasoladas y palomas del monte, más delicadas y femeninas, que juegan al amor cada tarde de cada día, entre las ramas de fresnos y cipreses.
Al caer la tarde los amoríos inevitablemente naufragan dando lugar a la contemplación. Ellas adivinan, conocen el mejor sitio, la rama más alta del árbol mejor orientado para bañarse en el sol tibio del ocaso.
Puedo verlas certeramente en los cedros gigantes de la casa Petersen, en los eucaliptus junto a la vía o en el campanario de la Cristo Rey.
Al dar vuelta la página nace del papel un zorzal, canta, es tan atrevido como tímido el mirlo esperando por las migas de pan que mi madre les ofrece cada día: un ritual de celebración y también de resistencia.
La mano se sigue deslizando y escribo gorriones y chingolos y torcazas poblando de felicidad incontaminada las tardes del lento otoño en el barrio inglés.
Con un oficio que no es el mío escribo colibríes detenidos en el aire, mágicamente, como sólo ellos, como si tuvieran la facultad de congelar tiempo y movimiento.
La destreza única para capturar la belleza exacta, sin fisuras, en un relámpago de luz.
Escribo calandrias que transparentan mi infancia toda y escribo garzas blanquísimas junto al Ludueña.
Me doy cuenta al fin que la mano escribe lo que la memoria dicta, lo que el destino intuye.
Me lleva suavemente de vuelta por el sendero siempre circular de la vida, hacia la matriz, hacia al útero que anida en esas callecitas de Fisherton, donde quizá desee terminar un día volando, simplemente volando, junto a esos pájaros invictos, libres y salvajes.
Miguel Culaciati
25/5/2020

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